decimotercero poeta laureado de los Estados Unidos, reemplazando a Louise
Gluck, declaró: “Intento en mis poemas tomar las cosas sencillas y mirarlas con
una nueva luz”. Kooser que es un maestro en el arte de la metáfora, escribe con
una claridad que a veces deslumbra pero que nunca ciega. En sus poemas
destacaríamos tres pilares básicos: precisión, claridad y sencillez y en ellos
se habla de herramientas, de un tatuaje, de un entierro o de un huracán. Es una
poesía asequible, aparentemente fácil de entender. Sin embargo no hay que
dejarse engañar por la sencillez del poema. Escondidas o a flor de piel
comienzan las posibles lecturas e interpretaciones.
1939. Es profesor de inglés en la universidad de Nebraska-Lincoln. Es autor de
once libros de poemas y de Local Wonders: Seasons in the Bohemian Alps,
que es un ameno, delicioso, excelente, y mágico diario que nos enseña el mundo que
rodea al poeta, y nos da pistas y claves del proceso creativo de algunos de los
poemas, y de la vida del poeta, de sus seres y animales queridos, de sus amigos y de su casa. También
ha escrito The Poetry Home Repair Manual, un libro que, como el título
sugiere, da ideas y sugerencias a los poetas que comienzan a escribir. Un
manual que, al igual que su poesía, está lleno de sentido común, de ironía y de
realidad. Ha recibido importantes galardones, entre ellos el Premio Pulitzer en
2005 por Delights & Shadows del que hemos seleccionado los poemas
que aquí aparecen. Próximamente la editorial Pre-textos publicará el libro
completo. Kooser vive en Garland, Nebraska, con su mujer, Kathleen y sus dos
perros: Alice y Howard,
con los cuentos de Chejov por su ambientación espacial, la presencia de los
personajes y el sentido del tiempo. Algunos llegarán a la conclusión de que la
poesía de Kooser es una poesía fácil de hacer, pero esa facilidad no es tan
espontánea como puede parecer, a veces un poema pasa, hasta darlo por
terminado, por 40 a 50 borradores.
Kooser trabajó durante muchos años en la empresa de seguros Lincoln Benefit
... Debería llevar puesto
un impermeable, uno viejo, sucio
por no tener bastante dinero para llevarlo al tinte.
Sacará las gafas, y allí,
en la librería, hojeará
mis poemas, luego pondrá el libro
en la estantería y se dirá a sí misma:
“Por este precio, puedo llevar
mi impermeable a la tintoreria.” Y lo hará.
Posiblemente en los poemas de Kooser hay una carga muy fuerte de
sentimentalismo, lo que al poeta no le preocupa en absoluto. “Sentimentalismo
es una palabra completamente subjetiva”, dice. Frente a esta carga de
sentimentalismo hay también una luminosidad y una claridad que hace que su
poesía sea fácil, diáfana, sencilla, que se lea y se disfrute. Que sea una
delicia, una poesía auténticamente popular, que lo mismo satisfaga a la alumna
que comienza a leer poesía, a la secretaria de una empresa de seguros o a un
profesor. Cada uno de ellos llegará tan lejos en el poema como le permita su
preparación intelectual o emocional. La poesía de Kooser es una poesía de
peldaños, una escalera que nos pone al alcance de la mano lo que no podemos
lograr, una poesía que nos ilumina lo que no vemos y deseamos ver, una poesía
que nos va sacando de las sombras cada vez que ascendemos los escalones del
poema. Una poesía de delights and shadows
de oncología
la ayudan a llegar a la puerta abierta
que conduce a las salas de reconocimiento.
Cada una se dobla bajo el peso de un brazo
y camina con el porte recto y resistente
del coraje. A lo que debe parecer
una gran distancia, una enfermera sujeta la puerta,
sonriendo y dando ánimos.
¡Cuánta paciencia despliega en las almidonadas velas
blancas
de su uniforme!. Bajo su gracioso gorro de lana
la enferma se esfuerza para ver
el balanceo de sus pies, cómo se arrastraban
mientras recibe el peso de su cuerpo.
No hay ni inquietud ni impaciencia
ni rabia a la vista. La gracia
llena el molde limpio de este momento
y guardan silencio las hojas de todas las revistas.
At the Cancer Clinic
She is being helped toward the open door
that leads to the examining rooms
by two young women I take to be her sisters.
Each bends to the weight of an arm
and steps with the straight, tough bearing
of courage. At what must seem to be
a great distance, a nurse holds the door,
smiling and calling encouragement.
How patient she is in the crisp white sails
of her clothes. The sick woman
peers from under her funny knit cap
to watch each foot swing scuffing forward
and take its turn under her weight.
There is no restlessness or impatience
or anger anywhere in sight. Grace
fills the clean mold of this moment
and all the shuffling magazines grow still.
enero
is lit, or so it seems to us:
this Vietnamese café, with its oily light,
its odors whose colorful shapes are like flowers.
Laughter and talking, the tick of chopsticks.
Beyond the glass, the wintry city
creaks like an ancient wooden bridge.
A great wind rushes under all of us.
The bigger the window, the more it trembles.