Morir de pie: la poesía del capitán Aldana
hace relativamente poco la obra y el nombre de Francisco de Aldana eran
desconocidos tanto por la crítica como por el público. Su influencia en
la poesía de nuestro tiempo le ha redescubierto y han aparecido
trabajos fundamentales y tesis doctorales que han estudiado la vida y
obra del capitán divino. Entre los primeros debemos mencionar
los de Vossler, J.P.W. Crawford, Rodríguez-Moñino, Menéndez Pelayo,
José María de Cossio y el de Cernuda publicado en la revista Ínsula en
diciembre de 1954. Además fueron decisivos el libro de Lefebvre,
publicado en Chile en 1953, la edición de las Poesías de Aldana en “Clásicos castellanos” por Elías Rivers en 1966 y la de Planeta, de Rosa Navarro en 1994.
Aldana nació en 1537 probablemente en el reino de Nápoles, donde su
padre era capitán, encargado de las fortalezas de Aquila, Gaeta y
Manfredonia. De joven, viviendo en Florencia, adquirió Aldana “un
conocimiento del neoplatonismo, sino también —dice Rivers—, hasta cierto
punto, esa actitud pagana de hedonismo filosófico que asimismo era
típica de la Italia renacentista”. Llega a Madrid en 1576 y escribe la
famosa Carta para Arias Montano y las Otavas dirigidas al rey don Felipe.
Conoció al rey don Sebastián de Portugal quien hacia preparativos para
la conquista de África. Don Sebastián pidió a su tío el rey Felipe que
le enviara a Aldana como consejero militar y así lo hace. Los dos se
encontraron cerca de Tres Ribeiros y don Sebastián le nombró maestre de
campo general. El ejercito portugués estaba mal organizado y cuando la
fuerza enemiga, en la llanura de Alcazarquivir, atacó los portugueses
perdieron su valentía y los moros mataron a casi todo el ejercito,
incluido el rey don Sebastián que tenía 24 años y Aldana. Cuentan que
algunos vieron a ambos un poco antes de morir. “Y el día de la batalla,
andando Aldana a pie por le haber muerto el caballo, le encontró el rey y
le dijo: – Capitán, ¿por qué no tomáis caballo? -Y él dicen que le
respondió: -Señor, ya no es tiempo sino de morir, aunque sea a pie. -Y
con la espada en la mano tinta en sangre, se metió entre los enemigos,
haciendo el oficio de tan buen soldado y capitán como él era”. Una
muerte perfecta para un caballero y poeta de “a pie”.
La poesía de Aldana está llena de sensualidad y de
neoplatonismo. Su actitud pagana, así como su manera de tratar el arte
de amar le hacen un poeta rabiosamente actual. Y aun cuando el primer
soneto que abre esta antología es citado hasta la saciedad lo hace
porque en él vemos, aparte del dialogo, de la lucha de amor, la fusión
de las almas, el armazón del poema, su trazado arquitectónico que es
perfecto y su equilibrio, también apreciamos la fogosa sensualidad que
hay en el poema y “una muy típica percepción hipersensual de la realidad
física”. (Rivers). El escalofriante endecasílabo “en nuestros labios,
de chupar cansados” es una directa y nueva manera de presentar la pasión
de amar que nos quema y nos sorprende aun ahora. Siete sonetos para aprender a amar o a morir.
Soneto XII
-¿Cuál es la causa, mi Damón, que estando
en la lucha de amor juntos, trabados,
con lenguas, brazos, pies y encadenados
cual vid que entre el jazmín se va enredando,
y que el vital aliento ambos tomando
en nuestros labios, de chupar cansados,
en medio a tanto bien somos forzados
llorar y sospirar de cuando en cuando?
-Amor, mi Filis bella, que allá dentro
nuestras almas juntó, quiere en su fragua
los cuerpos ajuntar también, tan fuerte
que no pudiendo, como esponja el agua,
pasar del alma al dulce amado centro,
llora el velo mortal su avara suerte.
Soneto XXXIV
Reconocimiento de la vanidad del mundo
En fin, en fin, tras tanto andar muriendo,
tras tanto varïar vida y destino,
tras tanto de uno en otro desatino
pensar todo apretar, nada cogiendo,
tras tanto acá y allá yendo y viniendo
cual sin aliento inútil peregrino,
¡oh Dios!, tras tanto error del buen camino,
yo mismo de mi mal ministro siendo,
hallo, en fin, que ser muerto en la memoria
del mundo es lo mejor que en él se asconde,
pues es la paga dél muerte y olvido,
y en un rincón vivir con la vitoria
de sí, puesto el querer tan sólo adonde
es premio el mismo Dios de lo servido.
Soneto V
Por un bofetón dado a una dama
¡Oh, mano convertida en duro hielo,
turbadora mortal de mi alegría!
¿Pudiste, mano, oscurecer mi día,
turbar mi paz, robar su luz al cielo?
El rubio dios que nos alumbra el suelo
corre con más placer que antes solía,
cubierta viendo a quien su luz vencía
de un mal causado, indigno y turbio velo.
¡Goza, envidiosa luz, goza de aquesto!
¡Goza de aqueste daño, oh, luz avara!
¡Oh, luz, ante mi luz breve y escasa!;
que aún pienso ver, y créeme, luz, muy presto,
cual antes a mi luz serena y clara,
y entonces me dirás, luz, lo que pasa.
Soneto XVII
Mil veces digo, entre los brazos puesto
de Galatea, que es más que el sol hermosa;
luego ella, en dulce vista desdeñosa,
me dice: “Tirsis mío, no digas eso”.
Yo lo quiero jurar, y ella de presto,
toda encendida de un color de rosa,
con un beso me impide y, presurosa,
busca tapar mi boca con un gesto.
Hágole blanda fuerza por soltarme,
y ella me aprieta más y dice luego:
“No lo jures, mi bien, que yo te creo”.
Con esto, de tal fuerza a encadenarme
viene que Amor, presente al dulce juego,
hace suplir con obras mi deseo.
Soneto XX
Es tanto el bien que derramó en mi seno,
piadoso de mi mal, vuestro cuidado,
que nunca fue tras mal bien tan preciado
como este tal, por mí de bien tan lleno.
Mal que este bien causó jamás ajeno
sea de mí, ni de mí quede apartado,
antes, del cuerpo al alma trasladado,
se reserve de muerte un mal tan bueno.
Mas paréceme ver que el mortal velo,
no consintiendo al mal nuevo aposento,
lo guarda allá en su centro el más profundo;
sea, pues, así: que el cuerpo acá en el suelo
posea su mal, y al postrimero aliento
gócelo el alma y pase a nuevo mundo.
Soneto XXXI
El ímpetu crüel de mi destino,
¡cómo me arroja miserablemente
de tierra en tierra, de una en otra gente,
cerrando a mi quietud siempre el camino!
¡Oh, si tras tanto mal grave y contino,
roto su velo mísero y doliente,
el alma, con un vuelo diligente,
volviese a la región de donde vino!
Iríame por el cielo en compañía
del alma de algún caro y dulce amigo,
con quien hice común acá mi suerte;
¡oh, qué montón de cosas le diría!
¡Cuáles y cuántas, sin temer castigo
de fortuna, de amor, de tiempo y muerte!
Soneto XXXII
Mil veces callo que romper deseo
el cielo a gritos, y otras tantas tiento
dar a mi lengua voz y movimiento,
que en silencio mortal yacer la veo;
anda cual velocísimo correo
por dentro al alma el suelto pensamiento
con alto y de dolor lloroso acento,
casi en sombra de muerte un nuevo Orfeo.
No halla la memoria o la esperanza
rastro de imagen dulce y deleitable
con que la voluntad viva segura:
cuanto en mí hallo es maldición que alcanza,
muerte que tarda, llanto inconsolable,
desdén del Cielo, error de la ventura.
Publicado en Libro de notas, de Marcos Taracido.
– XXXI –
Dichoso monte en cuya altiva frente,
de pinos y altas hayas coronada,
hizo el santo varón nido y morada,
que la pobreza amó tan ricamente;
aire cual nuevo sol resplandeciente 5
que diste al serafín fácil entrada,
por do fue de las llagas trasladada
la imagen del Señor Omnipotente.
¡Oh!, del eterno amor nunca tan visto
amado amante, pues unión tan alta 10
salió del Hacedor con su hechura;
que lo que en él causó mi culpa y falta,
en vos, alma especial, nos muestra Cristo
ser privilegio y don, ser gracia pura.
Un Profesor que tuve un día, me mostró, con no poca vehemencia, la obra de Francisco de Aldana, desde aquel entonces yo no he vuelto a ser el mismo y lo peor de todo es que ni siquiera he tenido la oportunidad de agradecérselo personalmente. ¿Qué le vamos a hacer?, la vida no es siempre justa con los sentimientos, para muestra tenemos a Aldana, al que me hubiera gustado preguntar por la dualidad carnal y divina que residen en este soneto XXXI. Muchas gracias Sr. Hilario por este excelente artículo, no exento de cierta vehemencia por el Autor y su Obra, el cual me ha traído a esta noche momentos del pasado muy entrañable para mí.
Veo que tanto el profesor que tuvo usted un día, como uno mismo, mostramos vehemencia a la hora de hablar de Aldana. Disposición anímica que se siente, como usted mismo sintió, cuando se navega entre el poderoso río de los versos del Capitán. Le agradezco mucho el soneto y el comentario. Un saludo Sr. Anónimo.