Cuadernos de Humo

Correo de España. La frontera de lo perecedero. Álvarez conversa con Rodríguez.


                    

                                             
                                               
Il ne faut pas toucher
aux idoles: la dorure en reste aux
mains.  
                                                                                                                                                                                                               
Gustave Flaubert
                                                              las torres que
desprecio al aire fueron
                                                               a
su gran pesadumbre se rindieron.
                                                                                                            Rodrigo Caro
He recibido Exiliado en el arte y La pasión
de la libertad
(Editorial Renacimiento); dos preciosos volúmenes de
conversaciones con el poeta José María Álvarez coordinados por otro poeta,
Alfredo Rodríguez. Se puede o no estar totalmente de acuerdo con el método
conversacional, a veces caótico, a veces reiterativo, a veces apasionado, siempre
de veneración hacia el autor de “Desolada grandeza”, pero uno tiene que decir,
enseguida, que admira y valora más la inteligencia y preparación que despliega
Rodríguez, la hondura de las preguntas, los bellísimos subtítulos que dividen
los libros, las cientos de oportunidades que le da al maestro para que se luzca,
que muchas de las respuestas indigestas, cargantes, a veces irritantes del
poeta de Cartagena.
Para los seguidores del poeta
cartagenero estos volúmenes son dos “biblias” para conocer y apreciar la
sabiduría y los vastos conocimientos del maestro. Un libro con respuestas como
estas: “… Todo artista de verdad –y eso sí creo serlo- se siente fracasado ante
lo que sueña, ve su obra como un fracaso en comparación con lo que había
querido lograr o alcanzar sin darse cuenta. Aceptar es lo único honorable…”. El
maestro piensa no ser de este mundo  y
cuando Rodríguez con ese bendito ardor y ceguera de fanático, le comenta: “Otro
verso suyo de riesgo, de esos que le hacen a uno levantarse del asiento: “no
hay dos coños iguales”…  Álvarez, no le
deja terminar y le responde: “No hay dos iguales, sin duda; incluso el mismo
varía con el tiempo. Y no me refiero solo al aspecto digamos exterior. La
textura, la temperatura, el aroma, la suavidad del pelo, me refiero a coños de
verdad, no esa patraña plastificada de hoy, con la depilación que yo odio:
incluso diría la sensación de su acogimiento”. Preciosa  respuesta de un poeta que no es de este
mundo. Tanto Álvarez como su buen amigo Vargas Llosa piensan lo mismo en un
tema que ambos (ahora parece que el segundo es el ganador) parecen dominar: que
sin erotismo no  hay literatura. No todos
van a ser “Antonios Colinas” que ensalzan y alaban a Álvarez en un artículo que
aparece en el primer volumen y termina así: “Es el fulgor –habla de Museo de cera- del ayer salvado, el
poema que arriesga y que enriquece al que lo lee”. El poeta tiene sus
detractores, algunos de armas tomar. Y se pasan. Hay un enemigo trastornado que
se dedica a boicotear y a insultar las intervenciones del poeta. Una cosa es
dialogar y razonar uno sus preferencias y otra es la violencia y la
intimidación. “Yo creo que su odio hacia mí –dice refiriéndose a uno de sus
enemigos- tiene algo de enfermedad”. A España, la ve mal.
Rajoy es tan malo como Zapatero Y hablando de odios y de enfermedades, Álvarez,
como era de esperar, lo deja claro: “Creo que ser español es una desgracia”.
Uno que, a pesar de todo, se ha
leído los dos volúmenes, que tiene la primera edición de Museo de cera (el libro preferido de poetas jóvenes que imitan y
veneran), uno que conoció al maestro, por medio de un amigo, cuando los dos vivían
en Cartagena, que admira sus gustos musicales (sobre todo su pasión por los
cuartetos o el “Winterreise” de Schubert y la ópera), que le agradece haberle
dado a conocer a Cavafis, uno que ha entrado a las páginas de estos gruesos y
generosos volúmenes con la navaja afilada, que ha subrayado respuestas
contradictorias, a veces  irritantes, debe decir dos cosas: 
A) Que el volumen lo ha ayudado
a conocer mejor al poeta y que ha vuelto a su poesía gracias a las generosas
muestras que salpican los dos volúmenes, lo que uno agradece a Alfredo
Rodríguez. Y al Maestro.
B) Si el tiempo no borra la obra
de Álvarez (torres más altas han caído) estos dos volúmenes serán (y  ya lo son para algunos) fundamentales y de
obligada consulta para futuros investigadores. Una labor minuciosa y bien hecha
de un entusiasta, apasionado, fogoso discípulo –él mismo un excelente poeta–,
que uno celebra y recomienda a tirios y troyanos, sobre todo a los que son de
este mundo, porque en el fondo es una obra de amor y conocimiento hacia el
Maestro.

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