Cuadernos de Humo

Una manera de decir adiós



 
Berceo seguirá tumbado en el
prado y contando milagros,  Don Rodrigo quedará
mirando a la niña de nueve años y pensando en sus hijas, pasará Dona Endrina  por la plaza, “¡qué talle, qué donaire, qué
alto cuello de garza!”. Don Illán, el deán de Santiago, jugará  una
partida de ajedrez con el arzobispo y nuestras vidas, como ahora la mía, irán
derechas al mar. “Yo no nací sino para quererte…” será el tatuaje que
algunos de vosotros llevaréis en tinta enamorada. Unos descubristeis la fuerza
de la poesía de la mano de Lope de Vega, otros el sentido del polvo enamorado
con Quevedo. En cámara lenta don Quijote atacará a los gigantes y Sancho
repetirá a su amo una vez más: “I
told you so
“. Bécquer emocionó a las alumnas de mirada encendida y por
un momento ellas fueron poesía, otras recordando a Campoamor eligieron las
fresas a las rosas. Don Pío dejó sin respiración, con sus interminables
párrafos, al que mejor leía en clase, pero seguirá con sus atardeceres en un
camino de perfección. Machado, que os obligó a preguntarme qué era un chopo y un
olmo, seguirá dándoos sombra y cobijo y al alumno que se sentaba en la última
fila, callado, triste, que se emocionó al descubrir a Cernuda, le deseo suerte
y larga vida.

      Usaré
el futuro y me olvidaré del subjuntivo y espero que vosotros uséis indicativo.
Dejaré el lápiz rojo que se seque y que ardan tantas notas como ha escrito. Le
daré a la A, B, C, D y F otros sonidos y significados, aparte de ser las
calificaciones finales. Tendré que cerrar libros y apuntes, dejar la tiza que
se ablande con la humedad del olvido, borrar la pizarra y que venga la noche
sobre ella. Deshacerme de exámenes brillantes, de cartas laudatorias, de poemas
sin ritmo y con faltas de ortografía. Guardaré confesiones, lágrimas y
alegrías. Repartiré entre los alumnos, como quien reparte las vestiduras, las
numerosas  ediciones de los clásicos. Y cerraré
por última vez la puerta de una parte de mi vida.

    El río, que me acompañó,
seguirá pasando. Me traerá envuelto en papel de plata el paisaje que, entrando
por la ventana, iluminaba la mesa de trabajo. Olvidaré las zancadillas y las
interminables reuniones, los comités y los congresos a los que para subir en el
escalafón iba a leer conferencias que nadie escuchaba. Cerraré en un sobre de
aire mi identificación y guardaré en lo más hondo del armario las barrocas
vestimentas académicas. No echaré de menos las sombras de mis compañeros que yo
confundía en los pasillos. Ellos respirarán felices y yo los olvidaré al salir
a la calle. Me llevaré los rostros y los triunfos de los alumnos que empezando
dudosos y agobiados llegaron a ser algo y cambiaron su vida. Y no olvidaré
cuando  me llamaban “maestro”. Volveré a la poesía, de la que
nunca me aparté, con la esperanza de que vuelva a ser mi amiga. Seguiré
escribiendo, es decir respirando. Hasta el último momento me miraré en tus ojos
y esperaré a la alumna final que, sin compasión, me suspenderá y no me dejará
repetir curso

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