HILARIO BARRERO. EDUCACIÓN NOCTURNA
26
Martes
Dic 2017
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Dic 2017
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HILARIO BARRERO. EDUCACIÓN NOCTURNA. ANTOLOGÍA POÉTICA. EDICIÓN DE JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN. EDITORIAL RENACIMIENTO, 2017
La recuperación poética de Hilario
Barrero es un ejemplo que se repite en otros autores, por fortuna, cada
vez con más frecuencia. Son distintoo los motivos por los que un poeta
—un artista en general— permanece en la sombra, en la marginalidad
editorial, invisible para quienes trazan las líneas maestras del canon.
La primera de ellas tiene más que ver con la miopía y la comodidad de la
crítica en general, que prefiere repetir lo consabido, lo dictado por
los gurús culturales y no asumir riesgos que puedan poner en peligro su prestigio.
La segunda causa se refiere a la presunta complejidad de ciertas
estéticas que no comulgan con las propuesta por el canon y, en tercer
lugar —sin duda hay otras, pero este comentario no pretende hacer un
examen exhaustivo de dicho fenómeno—, nos encontraos con el factor
geográfico. La distancia —incluso ahora que internet ha eliminado las
fronteras— de los núcleos de poder poético es un factor determinante
para excluir a un autor. Este es el caso de Hilario Barrero (Toledo,
1946), residente en New York desde 1978, ciudad en la que ha ejercido
como profesor hasta hace muy poco. La lejanía, como digo, ha incidido en
que su obra literaria haya sido muy poco conocida en su país de origen.
Afortunadamente, en los últimos años, la situación se está revirtiendo.
En lo que llevamos de siglo Hilario Barrero ha frecuentado con generosa
insistencia las páginas impresas, sobre todo gracias a la publicación
de sus siempre sustanciosos diarios, cuyo primer volumen, el titulado Las estaciones del día,
vio la luz en 2003 en Libros del Pexe (sucesivas entregas han aparecido
con regularidad hasta el año 2015, fecha de la publicación de Diarios (2012-2013)
en la editorial Isla de Siltolá. En la traducción ha encontrado también
Hilario Barrero otra manera de expresar sus filiaciones estéticas. Son
justamente alabadas las versiones del poetas como Jane Kenyon (2007),
Ted Kooser (2009) para la editorial Pre-Textos y las realizadas este año
que ahora finaliza, dedicadas a Emily Dickinson y a Sara Teasdale,
ambas para la editorial Ravenswood Books.
Barrero es un ejemplo que se repite en otros autores, por fortuna, cada
vez con más frecuencia. Son distintoo los motivos por los que un poeta
—un artista en general— permanece en la sombra, en la marginalidad
editorial, invisible para quienes trazan las líneas maestras del canon.
La primera de ellas tiene más que ver con la miopía y la comodidad de la
crítica en general, que prefiere repetir lo consabido, lo dictado por
los gurús culturales y no asumir riesgos que puedan poner en peligro su prestigio.
La segunda causa se refiere a la presunta complejidad de ciertas
estéticas que no comulgan con las propuesta por el canon y, en tercer
lugar —sin duda hay otras, pero este comentario no pretende hacer un
examen exhaustivo de dicho fenómeno—, nos encontraos con el factor
geográfico. La distancia —incluso ahora que internet ha eliminado las
fronteras— de los núcleos de poder poético es un factor determinante
para excluir a un autor. Este es el caso de Hilario Barrero (Toledo,
1946), residente en New York desde 1978, ciudad en la que ha ejercido
como profesor hasta hace muy poco. La lejanía, como digo, ha incidido en
que su obra literaria haya sido muy poco conocida en su país de origen.
Afortunadamente, en los últimos años, la situación se está revirtiendo.
En lo que llevamos de siglo Hilario Barrero ha frecuentado con generosa
insistencia las páginas impresas, sobre todo gracias a la publicación
de sus siempre sustanciosos diarios, cuyo primer volumen, el titulado Las estaciones del día,
vio la luz en 2003 en Libros del Pexe (sucesivas entregas han aparecido
con regularidad hasta el año 2015, fecha de la publicación de Diarios (2012-2013)
en la editorial Isla de Siltolá. En la traducción ha encontrado también
Hilario Barrero otra manera de expresar sus filiaciones estéticas. Son
justamente alabadas las versiones del poetas como Jane Kenyon (2007),
Ted Kooser (2009) para la editorial Pre-Textos y las realizadas este año
que ahora finaliza, dedicadas a Emily Dickinson y a Sara Teasdale,
ambas para la editorial Ravenswood Books.
Su obra poética, sin embargo, ha
sufrido otra suerte. No ha gozado hasta ahora del respaldo de una gran
editorial ni siquiera con la publicación de In tempore belli
(1999), libro que obtuvo el premio Gastón Baquero y fue publicado por la
editorial Verbum. Afortunadamente, la publicación de la antología Educación nocturna
por la editorial Renacimiento viene a paliar, en gran medida, la
anomalía que hemos descrito. José Luis García Martín, el editor del
volumen, lo expone en las palabras previas: «En Educación nocturna no
están, por supuesto, todos los poemas escritos en medio siglo; solo los
suficientes para dejar constancia de una trayectoria poética y vital.
Pero no es una antología, un muestrario; pretende ser una compleja
autobiografía poética», una autobiografía sustentada en dos polos
opuestos, por una parte la luz, el deslumbramiento del deseo, el fulgor
del cuerpo y, por otra, la oscuridad, la sombra que acecha invisible y
se hace más concreta a medida que transcurre el tiempo.
sufrido otra suerte. No ha gozado hasta ahora del respaldo de una gran
editorial ni siquiera con la publicación de In tempore belli
(1999), libro que obtuvo el premio Gastón Baquero y fue publicado por la
editorial Verbum. Afortunadamente, la publicación de la antología Educación nocturna
por la editorial Renacimiento viene a paliar, en gran medida, la
anomalía que hemos descrito. José Luis García Martín, el editor del
volumen, lo expone en las palabras previas: «En Educación nocturna no
están, por supuesto, todos los poemas escritos en medio siglo; solo los
suficientes para dejar constancia de una trayectoria poética y vital.
Pero no es una antología, un muestrario; pretende ser una compleja
autobiografía poética», una autobiografía sustentada en dos polos
opuestos, por una parte la luz, el deslumbramiento del deseo, el fulgor
del cuerpo y, por otra, la oscuridad, la sombra que acecha invisible y
se hace más concreta a medida que transcurre el tiempo.
De una forma u otra, cada una de estas
constantes está presente en los poemas de Hilario Barrero, desde el
titulado «Autorretrato», con el que comienza la antología —una
antología, por cierto, que elude la ordenación cronológica y se decanta
por una disposición temática—, en el que, de forma simbólica, elusiva, a
través de una serie de ciudades italianas, traza los primeros esbozos
de un itinerario vital que determinaría el rumbo de su vida. Un
itinerario, una travesía desde «el silencio» que comienza con una dura
rememoración de los años de la infancia y la juventud, transcurridos en
la España oscura del cilicio católico y la disciplina militar, más aún
en una ciudad episcopal y con mártires en cada esquina como Toledo: «Tú
añoras el incienso, la dalmática de oro, / el canto gregoriano y la misa
de doce. / yo recuerdo el infierno, el peso de la estola, / la angustia
de la culpa / y el rigor a sotana que fragmentó mi infancia / anotando
en secreto y a diario / los deseos impuros cometidos». Ese ambiente
opresivo acabará por propiciar, gracias al poder irresistible del amor,
su partida. Al otro lado del Atlántico Hilario Barrero encontrará la
estabilidad emocional necesaria para construir la vida que anheló desde
siempre: «abandoné a mi madre y mis hermanos / por la paternidad de tu
sonrisa, / vine a una tierra extraña por seguirte / donde traté a la
muerte cara a cara, / envejecí y se oxidó mi cuerpo / que tanto amaste y
desearon otros».
constantes está presente en los poemas de Hilario Barrero, desde el
titulado «Autorretrato», con el que comienza la antología —una
antología, por cierto, que elude la ordenación cronológica y se decanta
por una disposición temática—, en el que, de forma simbólica, elusiva, a
través de una serie de ciudades italianas, traza los primeros esbozos
de un itinerario vital que determinaría el rumbo de su vida. Un
itinerario, una travesía desde «el silencio» que comienza con una dura
rememoración de los años de la infancia y la juventud, transcurridos en
la España oscura del cilicio católico y la disciplina militar, más aún
en una ciudad episcopal y con mártires en cada esquina como Toledo: «Tú
añoras el incienso, la dalmática de oro, / el canto gregoriano y la misa
de doce. / yo recuerdo el infierno, el peso de la estola, / la angustia
de la culpa / y el rigor a sotana que fragmentó mi infancia / anotando
en secreto y a diario / los deseos impuros cometidos». Ese ambiente
opresivo acabará por propiciar, gracias al poder irresistible del amor,
su partida. Al otro lado del Atlántico Hilario Barrero encontrará la
estabilidad emocional necesaria para construir la vida que anheló desde
siempre: «abandoné a mi madre y mis hermanos / por la paternidad de tu
sonrisa, / vine a una tierra extraña por seguirte / donde traté a la
muerte cara a cara, / envejecí y se oxidó mi cuerpo / que tanto amaste y
desearon otros».
Esta autobiografía poética tiene mucho
también de autobiografía sentimental, como no podías ser de otra forma,
y Barrero ha elegido el verso para narrar su yo más íntimo, las
vicisitudes de una existencia que ha mantenido a lo largo de los años un
contacto muy próximo con la muerte (la muerte entró en su vida con
inusitada frecuencia, aunque esa circunstancia no ha dado lugar a la
autocompasión), acaso por eso el verso breve alterna con otros metros
mayores, cuyas proposiciones subordinadas conducen al lector hacia una
pormenorizada descripción de la peripecia narrada. El estilo entonces es
subsidiario de la memoria y no al revés, como ocurre en tantas
ocasiones. El purgatorio del deseo insatisfecho (la mente desea, el
contacto se pospone), las ciudades de paso, los cuerpos entrevistos, los
amores fugaces se convierten con el paso del tiempo en recuerdos tal
vez dulcificados, son un asidero emocional, motivos para disfrutar de la
existencia, aunque la sombra de la parca se proyecte en todo momento
sobre dicha existencia. Hilario Barrero ha conseguido liberarse de ese
inevitable presencia y convivir con ella como si no existiera y con toda
seguridad el fruto de esa convivencia pactada son estos poemas llenos
de nostalgia, de rebeldía, de tránsito y de escepticismo, pero también
de belleza, de gozo, de alegría de vivir. El libro finaliza con un
poema, «Plaza de San Marcos. Venecia». Toda una vida ha transcurrido
entre el poeta de «Autorretrato» y este último poema, una vida vivida
con intensidad, con esa emoción que trasmiten los poemas de esta autobiografía en gran parte verdadera.
también de autobiografía sentimental, como no podías ser de otra forma,
y Barrero ha elegido el verso para narrar su yo más íntimo, las
vicisitudes de una existencia que ha mantenido a lo largo de los años un
contacto muy próximo con la muerte (la muerte entró en su vida con
inusitada frecuencia, aunque esa circunstancia no ha dado lugar a la
autocompasión), acaso por eso el verso breve alterna con otros metros
mayores, cuyas proposiciones subordinadas conducen al lector hacia una
pormenorizada descripción de la peripecia narrada. El estilo entonces es
subsidiario de la memoria y no al revés, como ocurre en tantas
ocasiones. El purgatorio del deseo insatisfecho (la mente desea, el
contacto se pospone), las ciudades de paso, los cuerpos entrevistos, los
amores fugaces se convierten con el paso del tiempo en recuerdos tal
vez dulcificados, son un asidero emocional, motivos para disfrutar de la
existencia, aunque la sombra de la parca se proyecte en todo momento
sobre dicha existencia. Hilario Barrero ha conseguido liberarse de ese
inevitable presencia y convivir con ella como si no existiera y con toda
seguridad el fruto de esa convivencia pactada son estos poemas llenos
de nostalgia, de rebeldía, de tránsito y de escepticismo, pero también
de belleza, de gozo, de alegría de vivir. El libro finaliza con un
poema, «Plaza de San Marcos. Venecia». Toda una vida ha transcurrido
entre el poeta de «Autorretrato» y este último poema, una vida vivida
con intensidad, con esa emoción que trasmiten los poemas de esta autobiografía en gran parte verdadera.