Cuadernos de Humo

Del Diario

                       

        



         060218.- John vivió parte de su vida con su
hermana. Irlandés, católico, soltero, frágil de cuerpo, con punzantes ojos
azules, manos de mármol con finísimas venas azules, amable, delicado, siempre
de traje y corbata era desde que se jubiló, el que abría y cerraba la Iglesia
de Saint Agustíne, el que ayudaba a misa, el que pasaba el cesto de las
limosnas en el ofertorio, el que leía la epístola y el que consolaba a los
afligidos. Toda una vida dedicada a Dios, a la iglesia, a los demás. Nació en
1927 y ha sido testigo de muchos cambios en la iglesia, en su barrio de Brooklyn
y en la sociedad.
          Hoy
le han enterrado después de una misa concelebrada por dos sacerdotes y un
diácono, bendiciendo con chorros de agua bendita y humo perfumado el ataúd de caoba.
Ha sonado al Ave María, de Schubert y
el Panis angelicus que escribiera Santo
Tomás de Aquino, en la voz trémula y temblorosa de un viejo amigo de John. Acompañaban
los restos mortales del guardián de la parroquia seis sobrinos y un buen número
de amigos y vecinos, la mayoría gente mayor, achacosa y enfermiza. Una vez terminada
la Misa de Resurrección el féretro, transportado por seis hombrones vestidos de
negro, avanzó por el pastillo del templo. Una de las sobrinas-nietas, una rubia
de unos 4 años, vestida con un abrigo verde (verde Irlanda) que se había
soltado de sus padres, se puso delante de la cortejo caminando feliz y
sonriente mientras que la hermana de John, en una silla de ruedas, como una
dolorosa en un trono de soledad y los sobrinos llevaban los ojos llenos de
lágrimas. La inocencia no teme a la muerte. La muerte nos conoce a todos.
          A
la salida alguien repartía una foto de John de traje y corbata con dos fechas y
su nombre. El irlandés que conoció muchas guerras, soltero, que se pasó toda su
vida sirviendo a la iglesia: del latín al inglés, del esplendor a la decadencia,
de un concilio a una revolución. En el atrio de la iglesia el celebrante, que
era de la India, volvió a rociar con el hisopo del recuerdo el ataúd y lo
envolvió en una nube de melancolía. 
Mientras la comitiva se alejaba y se quedaba la iglesia vacía y oscura
alguien pensaba, nublándosele la vista y sintiendo como si le estuvieran dando
garrote vil en su vida, en el día en que le rocíen su cuerpo con fuego y
olvido. Dentro de un tiempo el recargado ataúd caoba será aserrín y lo que
guardaba será ceniza. Sale uno a la mañana cruel y luminosa de febrero y
respira su luz con ansias y camina a tu lado rozando tu tristeza. 
         Y se
pregunta: ¿Qué será del que quede de los dos?

Leave a Comment

Your email address will not be published. Required fields are marked *