Una casa sin lugarSandro Luna
Libros de canto y cuento.
Casa sin lugar no es un libro de poemas al uso: es una colección de prosas poéticas breves (o mejor de poemas en prosa) numeradas del 1 al 81. Es, aparte de un recinto sin lugar, una fortaleza con raíces, y no sabemos si se acordaría de Wagner y de su Walhalla a la hora de titular el libro. El poeta, ¿o es el padre?, empieza aconsejando a su hija, que apenas si sabe nada de la vida y termina con el texto 81 que dice: “Mi padre es esta cosa que no sé”. Un libro que empieza con jazmines en la mano de una niña, que sigue con una abuela que silabea el Padre Nuestro y con el padre al que ve “en una hebra fina y en una gruesa…”. Y entre hija y abuelo, la casa sin lugar, a veces apagada, a veces encendida, nos encontramos con una casa sólida, llena de amigos, de objetos cotidianos. Una casa que no tiene sereno, como otra conocida casa encendida.
En ocasiones las prosas son aforismos, navajazos que se clavan muy dentro del corazón, flechazos que electrizan la razón. A veces los textos dan la sensación de estar esbozados, limpios de polvo y paja, mostrando únicamente el esqueleto, la armazón de un animal llamado poesía, del que el poeta ha limpiado la grasa y ha dejado la palabra precisa, en unos textos luminosos, de alto voltaje. Es deber del lector adentrarse en el mundo del poeta y aderezarlo con su experiencia y darle un final o no. Algunos botones de muestra:
—Echar carbón. Al fuego le complace esta liturgia. Voy caliente al infierno.–Hay pan en cada cosa y es cosa nuestra dar la boca.
–Me vierto en tus manos, porque ellas me acogen.–Como quien espera la muerte, he movido los pies.
Casa sin lugar es un libro en primera persona, entre la biografía y el olvido, entre los jazmines y la muerte, el principio y el fin. Un libro que nos muestra los miedos y los temores del hombre, del padre, del hijo, del poeta, del profesor. (Es de noche, y estoy lejos de mi cama y de los míos). Una elegía al padre que sobrecoge. Un libro de tono biográfico, ya lo hemos dicho, de aspecto narrativo, en el que el poeta “narra” parte de su vida como narrador interno, hurgando lo cotidiano con un bisturí, ahondando en lo que en apariencia es una anécdota o un recuerdo, como en este precioso texto que es uno de nuestros favoritos:
Mi abuela silabea el Padre Nuestro en mis oídos. Pero es mi alma quien escucha. Cada noche, desde la noche primera, mi boca se acerca a mi hija y le beso y le rezo, en silencio, como hiciera conmigo mi abuela. Tal vez también su alma escuche.
El libro tiene, y hay que destacarlo, un cuerpo unitario tanto en la forma como en el fondo, en la “narrativa interna” como en la poesía más honda, la fidelidad de estilo, la encubierta destreza y la aparente y engañosa facilidad. Tiene la casa amigos que la visitan y que dan pistas la lector: Sócrates, Rosales, Dylan, Feuerbach, Gaya, La pedrera, La chica de Ipanema, Eva, Ana… y muchos amigos más actuales con el que el poeta dialoga, lo que hace de esta casa sin lugar un Libro de familia.
Para el que esto firma el texto 24 que es uno de los más hermosos del libro, es un poema que se derrama, sin cesuras y sin armaduras. Es el que mejor resume la relación del padre con su hija y con su propio padre. Piel, tacto, ternura, recuerdo y la historia se repite.
Seguro que una vez mi padre acarició mi espalda como yo acaricio la espalda de mi hija ahora.
Nuestras manos nos hermanan, a mi padre y a mí.
Me acariciabas y, en mi regazo, te acaricio yo ahora.
Mi hija nos regala este abrazo del hombre que somos y seremos.
¿Hará falta decir que el libro está dedicado al padre
muerto? “A mi padre, casa cierta”. Y seguir viviendo.
Gracias, querido Hilario, por tu atenta lectura y tus bellas palabras. Abrazos bien fuertes!