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«Quedan, a manera de gracias, estas anotaciones escritas desde un tren»
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Ayer por la mañana perdidos subiendo la Giralda, por la tarde el cálido encuentro con Enrique Parrilla en la Galeria 9 millas y la brillante presentación del poeta Miguel Veyrat; en Toledo la grata sorpresa de la actuation de la actriz Lola Baldric con María José Muñoz, Juan Ignacio de Mesa y Santiago Sastre y el paseo por el jardín de Inés Gárate; llenándonos de mar en Gijón con la compañía de Francisco Álvarez Velasco, de luz húmeda en Oviedo y buscando el sol en Madrid donde fuimos acogidos en la Casa de Fieras por Pilar Aranda, Maria Victoria Reyzábal y José Luis Morante.
Abrazamos familiares y amigos, contamos historias de «Prospect Park»
y escuchamos palabras gratas. Sentimos el ruido del río de la sangre,
el perfume del recuerdo, la espina de la memoria. El equipaje lleno de
libros con dedicatorias, abrazos impresos, fotos, una botella de vino,
dos joyas musicales dirigidas por el compositor toledano Javier Ulises Illán, director del grupo Nereydas y una carpeta, de alguien que nos dejó, con los recortes publicados en este periódico.
El
barrio sigue igual: Han levantado andamios, ha brotado, con la fuerza
que da la primavera, una nueva luz, sigue, a lo lejos, el perfil amado y
miles de veces abrazado con la mirada del amor, por las lluvias de mayo
las rosas están encendidas, los mismos rostros en el
ascensor, una montaña de cartas y facturas; de bienvenida, sobre la mesa
fruta, pan y agua que nos deja Nancy, la vecina del once,
la que se levanta con el alba y va al parque a dar de comer a los
pájaros. Y la orquídea blanca todavía iluminada y ese perfume a sombra
desnuda que te recibe al abrir la puerta.
Atrás
quedan los dolores de espalda, el temor a tu cansancio, a tu mirada
nublada, a tu deseo de volver, el peso de la maleta con libros, los
viajes, el tiempo detenido, el perfume de la vida, las preguntas sin respuestas, las miradas no correspondidas.
Quedan, a manera de gracias, estas anotaciones escritas desde un tren:
Del amarillo jaramago a la sangre licuada en las amapolas, del sol,
deslizándose como un viejo equilibrista por las paredes de un patio
sevillano, a la abierta llanura sin paredes de un campo de Castilla, del
ruido barroco del retablo que ahoga la mirada, a la columna vertebral
de un contrafuerte que la desnuda, de los naranjos encendidos a los olivos apagados,
del perfume que brota de cuerpos luminosos a la lumbre que abrasa la
fachada, de la plegaria oscura del deseo al tacto traicionero del
olvido, del blanco Zurbarán al ocre torturado, de la luz verdadera de un Cristo en blanco y negro al rostro maquillado de una virgen. De Sevilla a Castilla pasando por Gijón.