En diciembre pasado murió a los 98 años. Vivía en el mismo edificio donde vive el amigo Muñoz. En alguna ocasión habíamos hablado en el ascensor. Había publicado una Historia de la Literatura Hispanoamericana que, en su tiempo, fue un acontecimiento. Era profesora emérita de la Universidad de Columbia.
Ayer el amigo Muñoz me llamó y me dijo que iban a vender el apartamento de la profesora y que tenían que vaciarlo y deshacerse de la biblioteca. Como el amigo Muñoz ha salido de dos graves operaciones, decidimos ir a su barrio y comer con él para celebrar la recuperación. Fue una inmensa alegría verlo tan lleno de vida, tan “sabio”, como siempre.
En el apartamento de la profesora nos espera un matrimonio que nos conduce a la biblioteca. El amigo Muñoz, se sube en una escalera y, como pez en el agua, comienza la búsqueda. Yo, de entrada, me siento algo perdido y agobiado. La habitación es pequeña, las paredes cubiertas de libros, las ventanas cerradas, no hay aire acondicionado, libros por los suelos, amontonados, varias estanterías con libros en doble hilera me dejan por un momento sin saber qué hacer. El polvo se pega a las manos como un guante delicado de tiempo y soledad.
Naturalmente tú prefieres quedarte en el apartamento de nuestro amigo y sabiendo que me esperas se me hace el tiempo interminable y decido no buscar más libros y subir por ti. El amigo Muñoz se queda.
Vuelvo a casa con siete ejemplares y un dolor en el alma. Pienso en nosotros, en qué será de nuestros libros, de nuestras cosas, de nuestra casa. Anochece mientras saco el botín y te pregunto: ¿Dónde vive el amor muerto?
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Para haber podido mirar todos los libros de la espléndida biblioteca de la profesora hubiera necesitado una semana. La mayoría de los ejemplares contaban, aún cerrados y polvorientos, varias historias. Historias de los autores y su procedencia, del idioma del libro, de los títulos, de los editoriales, del tema, de las portadas y, algunos, de las dedicatorias. Libros, en su mayoría dedicados por mujeres novelistas latinoamericanas. Autoras que tuvieron quince minutos de gloria y ahora son olvido. Pero también por autores que ahora han perdido vigor y vigencia. Nada pasa tan rápido como la literatura de “ocasión”.
Aquí van los siete libros que ahora están conmigo y que me hacen sentir un poco invasor de un mundo que me pertenecía solo en parte. La visita a la biblioteca de la profesora ha sido como visitar un cementerio.
El señor de los últimos días (Alfaguara) con una dedicatoria fechada el 9 de octubre de 1994 desde México, de Homero Aridjis (¿Qué fue de él?).
Obra poética, I, un libro espléndido de Ida Vitale, dedicado y fechado en Austin, 1993.
Tarde y temprano, de José Emilio Pacheco (Fondo de cultura económica) dedicado, todo en mayúsculas y fechado en Berkeley, 1981.
Formas breves, de Ricardo Piglia, dedicado el 25/2/2020.
To Urania, Selected Poems 1965.1985 (Penguin books) de Joseph Brosdsky.
Poems of Paul Celan, traducidos por Michael Hamburger (Perseo Book).
Birthday Letters, de Ted Hugues (Farrar, Straus Giroux).
PD.- El amigo Muñoz me regala, de su también espléndida biblioteca, Selpucro en Tarquinia, de Antonio Colinas. De este sepulcro queda lo que queda…