No lo conocía, pero la muerte y sus amigos me trajeron su nombre, su poesía y su bondad. Todos recuerdan algún momento feliz, un abrazo, la firma en algunos de sus libros, una fotografía junto a él. Todos lamentan su ausencia y prometen mantener vivo su recuerdo. El tiempo se encargará de romper promesas, de echar agua al fuego de la pena, de enterrar los sentimientos en el pozo oscuro del olvido. Y la noche seguirá al día.
Amanece nublado y la lluvia saca a secar los hábitos empapados de sombra espesa, a borrar las lindes del recuerdo. Y mientras el perfil de la ciudad se desvanece y la niebla despelleja a la tarde pienso que lo mismo me pasará a mí. Cuando me vaya, los que ahora me cobijan y me saludan y me dan calor, me echarán de menos un día, tal vez dos y la vida se encargará de ir llenando de silencio mi tiempo, mis quince minutos de fama. Lo que tanto quise.
Y, sí, seguirán los pájaros cantando y volverá a tener significado lo que siempre he querido tener de epitafio: “Hic iacet pulvis, cinis et nihil”. (Y para ti ceniza enamorada).