Todo tiene algo de belleza, pero no todos la ven, vino a decir Confucio. El amor ayuda a comunicarse con la belleza y la pérdida del amor a descubrir las líneas oscuras. Nos queda la poesía que nos enseña a penetrar más allá de lo visible. La poesía es la luz que ilumina lo imperfecto. ¿No produce acaso desazón y angustia ir en busca de la belleza?
De entrada, hay que elogiar el formato del libro: La imperfección de la belleza es una joya, un libro como pocos. Un documento de culto de un poeta “lento” pero constante y verdadero que cuenta con una obra breve, pero eficaz y necesaria. La edición ha estado a cargo de la Fundación Jorge Guillén y hace el número 89 de la colección Cortalaire que dirige Antonio Piedra.
El contenido poético nos asegura, una vez más, que estamos ante un poeta con voz propia, con una poética contenida, una emoción controlada, un amor al adjetivo justo, pensado, dueño de un estilo donde la brevedad es una virtud, con un dominio de la métrica tradicional y un feliz uso de oportunos y vistosos encabalgamientos de los que el poeta es devoto. La imperfección de la belleza es una eficiente herramienta para adentrarnos en lo bello, en el consuelo y en la armonía que nos da la poesía de Carlos Medrano.
La poesía de Carlos Medrano parece siempre recién lavada, limpia, iluminada por la luz precisa, perfumada por la brisa exacta. Una poesía desnuda, encendida, que vibra, envuelta en una cálida frialdad, una poesía donde la memoria se juega la vida en la cuerda floja de la belleza, una poesía donde la mirada es punto de arranque que nos lleva a entender la imperfección de lo perfecto, del detalle, de la elección de la palabra exacta. De lo sencillo nace lo hondo. En La imperfeccion de la belleza encontramos el camino hacia la perfección, la paz y el sosiego para alcanzar lo bello.
La imperfeccion de la belleza está dividida en tres secciones: “Un movimiento interrumpido”, “Emerger” y “La memoria tranquila”. En la primera parte hay una incursión en el interior y una meditación del exterior, poemas donde el paisaje es el protagonista, como en“Jaraíz, dos imágenes”:
I
Miro el cerezo en flor.
Tanta blancura
precede a unos colores
inextinguibles, jóvenes.
Tanta blancura
fugaz, evanescente:
inmaculada sólo
en la rama o la nieve.
II
Cerezos en tormenta.
El aire se disuelve
en neblina inasible,
Luz envuelta en un alba
desprendida, volátil.
Invadido de pétalos,
el paisaje semeja
constelaciones, iris.
La segunda parte, la más variada y generosa con 63 poemas, en su mayoría breves, donde el poeta despliega lo que él sabe hacer muy bien: aplicar su mirada a lo que le rodea. Y así vamos conociendo amigos, recordando ciudades, adentrándonos en la noche, bajando a los cimientos de la melancolía, como en el poema “Rompimiento”:
En tu boca la vida da la mano a la muerte.
Porque hay días con palabras
que apenas nos sostienen. Si hablas,
una llaga que teme dejar
su aliento sobre lo que contempla
te invita a retenerla. Si toca el mundo,
mancha, aunque lo ame. No es advertir lo roto
y declararlo. Ahora, todo lo es un dolor yermo,
incluso tú, o el tú, y no hay voz,
aunque el eco resuene, capaz de huir
u ofrecer otro fruto, un juego de la luz
en el que refugiarse.
En la tercera parte, “La memoria tranquila”, aparece la paloma de la muerte y la casa se vacía y es hora decontemplar “la levedad hermosa de su alma”. En siete poemas el poeta nos ofrece una sentida elegía a la muerte de su madre.
En “Saudade”, uno de mis poemas favoritos, junto a “Isabel”, “Casa deshabitada”, “El laberinto trasparente” y otros, leemos: “…Entiendo que encontrara en las palabras / todo lo que en la vida no sucede. / Si escuchas mi sentir, ven a mirarlo; …” Lector amigo, te invito a que entres en “la frontera del agua” y aprendas que “hay palabras que sanan / de las que nadie se alejaría sin dejar de leerlas”.