El covid se llevó vidas, recuerdos, nombres y tiempo. Nos robó caminos y nos encerró entre cuatro paredes. Eran tiempos de guerra, y de trincheras. Se pararon los relojes, se encendieron los miedos y los libros del otro lado del mundo tardaban en llegar. Uno sabe que ese tiempo es como un paréntesis en su vida que aun no ha solucionado ni ordenado. Él sabe que el tiempo de la epidemia es un tiempo que está pendiente. Y así es: en una de las estanterías hay libros que tardaron en llegar, a los que vuelvo y esperan que dé noticia de ellos. Son testigos de una época, como este de Mario Lourtau, “El lugar de los dignos”, premio José de Espronceda.
Un libro donde la mirada y la sensibilidad del poeta escudriñan y se adentran en el misterio de la vida, en el lenguaje de la naturaleza, en el enigma del universo, en la mirada de una madre, en el ocaso de una amistad, en la llegada de la muerte y también en la dicha:
En “El lugar de los dignos” hay poemas donde lo efímero se eterniza, donde un adjetivo da vida, donde la metáfora crece y nos acoge en su espacio, donde el ritmo del poema nos acompaña, como en este precioso y luminoso poema al Mar Mediterráneo.
Poesía asequible, que se queda en nosotros, escenas cotidianas que se hacen eternas, el nacimiento de un hijo y “el miedo a ser hombre, y estar solo / esa extraña sensación de no ser nadie”.