Cuadernos de Humo

En defensa de revistas artesanas de poesía o cómo el humo viaja aunque no haya fuego.

I

Todas mueren: las hechas en la imprenta del barrio, en blanco y negro, con una mínima tirada para “socios y suscriptores”, en un garaje o en la cocina, grapadas o cosidas a mano. La mayoría desaparecen con pocos meses de vida, con mucho tiempo de preparación y con mucha esperanza; otras mueren con años de arrugas e historia, ya amarillo el tiempo en sus páginas. 

Desaparecen y se llevan la alegría y las ilusiones de los poetas que publicaron por primera vez y que guardan el ejemplar como una reliquia. El editor también muere de una u otra manera y conserva, en un archivo que es una caja de zapatos, la colección completa que se comerán los gusanos. 

II

En tiempos de soledad, HB recuerda el ego de algunos poetas, la intransigencia de otros, la generosidad de casi todos, los errores cometidos, los números que salieron redondos, los que salieron cuadrados y los que no salieron, de las idas y venidas a la imprenta que estaba en un barrio, digamos Brooklyn, no Santo Tomé ni Chamberí, la lucha en el correo para explicar a una empleada con cara adusta que en los sobres (en este caso amarillos) no iban ni bombas, ni gases, ni navajas, ni el Libro rojo o El capital; solo poesía, “darling, only poetry”. Pero como si nada. (Menos mal que gracias a la red y por la magia de algo llamado PDF, el cuaderno viaja a cerca de trescientos amigos.)

Los quince minutos de fama llegan cuando los poetas publicados reciben el cuaderno “en papel” y dan noticia del envío. HB se emociona y si en alguna ocasión había pensado cerrar el kiosco, se olvida y comienza a preparar el número siguiente.

III

En uno de los números de los Cuadernos se publicaron unos poemas de Valerio Magrelli, traducidos por Marcela Filippi, que despertaron bastante interés. El profesor Muñoz Millanes, al ver los poemas, se puso en contacto con Cuadernos porque conocía y había traducido al poeta italiano. La llamada dio lugar a una pequeña historia que a uno le emocionó, no porque Cuadernos fuera en parte el protagonista, si no por la fuerza que tiene la poesía como herramienta que une a gente de diferentes países, acentos e ideologías.

IV

HB escribió una carta a Marcela Filippi que, entre otras cosas, decía:

Amiga Marcela: El mundo es un pañuelo, como sabemos. Hace un momento, José Muñoz Millanes, que fue profesor en Princeton y en CUNY, qué vive en NY y estuvo de joven estudiando en Pisa, me acaba de llamar para hablarme de Magrelli. (José acaba de publicar “La ciudad latente” un libro sobre Nápoles.) Me dice que conoció al poeta en Nueva York cuando éste vino a Princeton y le presentó un libro. Cuando José vivió en Pisa recuerda que se compró el primer libro del poeta, una edición que tenía las pastas amarillas, llevaba un título en latín y formó parte de su vida en Italia. Cuando hable con Magrelli ¿podría darle recuerdos de su parte?

La traductora respondió: 

Querido Hilario, te copio la respuesta de Valerio Magrelli, a quien le había girado tu correo.

Cara Marcela, Che strepitosa sorpresa! Mi ha fatto un immenso piacere vedere la mia vita sotto lo sguardo altrui, uno sguardo tanto pieno di amicizia e di affetto. Porgi il mio più caloroso abbraccio a tutti portagonisti di questa irresistibile girandola di incontri, di traduzioni e di poesie. Con un bacio grandissimo, Valerio.

Lo dicho: la fuerza de la poesía. 


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