Cuadernos de Humo

CUENTOS PARA UNA NOCHE DE VERANO 11

         


       LA
ROSA DE RONSARD

                               Vendrá la muerte y tendrá
tus ojos. 
                                                                     C. Pavesse.

          Cuando le volvió a hablar de nuevo,
después de tantos años de ausencia, dudó por un momento si era la misma voz de
antes, pero la reconoció enseguida por ese roce de terciopelo, su dulzura y su
acritud, su persistencia y la seguridad en su mensaje; era una voz dolorosa y
milenaria; una voz navaja, hoz; una voz de sirena, sexual y provocativa; voz
amarga: cicatriz y veneno, muerte y sepultura.
          La primera vez que escuchó su sonido
fue una tarde de primavera, veinte años atrás, mientras contemplaba, solitario,
cómo la tarde se llenaba de perfumes. Empapado su corazón de lluvia y soledad,
viendo pasar la vida, la voz se sentó a su lado, y le prometió nuevos placeres,
territorios inéditos, islas llenas de luz y cuerpos hermosos, riquezas, poder.
          –Ve hacia la oscuridad, ve hacia la
noche, ve hacia las tinieblas y vive, goza, recuerda que las rosas de tu cara
han de ajarse pronto y mañana será tarde.
          Cuando él le preguntó quién era, qué
quería de él, por qué le elegía entre tantos jóvenes, la voz le dijo:
          –Eres hermoso como sólo se puede ser
cuando se tienen quince años; me gusta reflejarme en tus hondos y dudosos ojos;
tu aliento de rosas me vivifica, tu piel cálida y brillante me rejuvenece, y
porque además eres…
          –…pero ¿quien eres tú?
          –Yo soy el remo de Caronte que frena
su barca; soy la saeta que traspasó el pecho de Teresa; soy el vaso de vino de
Berceo; soy la Dama del Alba; soy la hoguera en el banquete de la joven de
Orleáns; soy la amante de Valdés Leal; soy la rosa de Ronsard; soy el enigma en
Turandot; soy la helada sonrisa en la Traviata; soy el veneno de los Borgias;
soy la peste que arrasa ciudades; soy la navaja que destroza corazones. Soy
santa y maldita; soy luz y sombra. Y aunque tengo muchos nombres no tengo
nombre. Pero tú eres demasiado bello y joven para saber quién soy en realidad.
Lo sabrás más tarde, y ya no habrá remedio. No lo olvides; ve y goza de la
vida, carpe diem, entrégate al placer, goza, goza, goza…
          –Pero…
          Cuando él fue a mirarle a los ojos, la
voz había desaparecido y la noche desleía la caligrafía de la tarde. El se
sintió febril, lleno de deseo, hirviéndole la noche en el cuerpo, arropado en
un incendio que lo quemaba por dentro y lo lanzaba hacia la oscuridad.
          Y por veinte años vivió en la larga
noche del deseo rodeado de una corte de aduladores que esperaban sus migajas de
sexo cada noche, y le decían:
          –Eres el más hermoso.
          –El más bello.
          –Como un ángel.
          –Príncipe del placer.
          –Nuestra razón de vida.
          Y él, ensoberbecido, luzbel de sexo y
gozo, reflejado en el espejo de esos cantos de falsas sirenas, elegía a sus
víctimas para una sola noche. A la madrugada las arrojaba a la luz, señaladas
para siempre con su mordisco de muerte.  
          Sus
ojos son ahora dos cuencas hondas y oscuras con un temblor de noche, sus labios
resecos y enfebrecidos adelgazan sus pómulos, un terremoto de ruido pone luto a
sus manos que tiemblan; su pecho, boca de lobo, es guarida de roncos leones que
le roen el corazón ya casi de alabastro. La luz ha desertado de su cuerpo.
          El otro día, otoño en el paisaje de su
respiración, la voz volvió a hablarle.
          –Soy yo. ¿No me reconoces? Soy la de
los mil nombres, la avariciosa voz, tu voz. Y vengo, después de tantos años, a
que seas mi amante, a que me des tus despojos, a que hagas el amor conmigo por
primera y última vez, y a que me mires a mis ojos de mármol y así sabrás,
finalmente, que soy la dueña de tu vida.

2 thoughts on “CUENTOS PARA UNA NOCHE DE VERANO 11”

  1. Esperaba para ir a dormir y lo hago ya, tranquila y serena después de haber leído. Algún día ella me visitará también, pero yo siempre espero que llegue el alba, sin los ojos de su dama.

  2. Ay Hilario, qué vastedad y qué zozobra al mismo tiempo. Qué recorrido por un rosal desierto. Por una cena sin venenos. Un mármol que habla. Una luz que ha desertado del cóncavo cincel que invoca la muerte. Qué maravilla tus cuentos. Esa capacidad tuya de juntarlo todo a la vez que deshacerlo. De ser dueño de una vida que permanentemente nos es arrebatada. Celebro la enredadera de tus cuenterías en verano y en cualquier otra estación.

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