Cuadernos de Humo

Mercado central

Los vecinos de al lado son un matrimonio americano. Tienen dos hijos a los que hemos visto nacer y aunque hemos vivido puerta con puerta durante más de veinte años, nos saludamos de tarde en tarde cuando nos vemos en el ascensor, o si tenemos algo que decirnos, por notas que nos dejamos debajo de la puerta. Ella es una cocinera de primera y tiene una caligrafía que a veces me cuesta deshacerme de las notas que me envía. Por Navidad nos dejan en la puerta galletas caseras con sabor a almendra, o naranja, o limón y nosotros les hacemos un flan. Son de los que piensan que “una puerta cerrada hace buenos vecinos”. Es cierto que cuando comenzó la pandemia se ofrecieron a ir al mercado.
El otro día nos encontramos con un sobre con una nota y una tarjeta de una tienda llamada “Mercado central”. “Estuvimos allí y pensamos en vosotros. Es toda una tienda con productos de primera y exclusivamente españoles”. Miramos en internet y aunque el sitio está algo alejado y mal comunicado decidimos ir. Habría sido más fácil coger el avión e ir a España.
De mercado tiene poco y de central menos, pero, eso sí, es una tienda de pueblo, o de barrio, que solo vende productos de España. Algo que es difícil de encontrar. Y la dueña no es española, pero, cuando se lo pregunté, un poco ofendida me dijo: “No, no soy de España, pero tengo un piso en Barcelona”.
Desde los famosos espárragos “cojonudos” a horchata de Valencia pasando por dulces, jamón, queso, conservas, paellas y algo que a mi acompañante le llamó la atención: una lata de pintura con patatas fritas “Bonilla a la vista” que él recordaba haber comido en La Coruña.
Cuando mi acompañante comentó con la dueña lo de las patatas, ella nos contó una historia que ignorábamos. “Lo crean o no el 85 % de la producción de esas patatas se exporta a Corea, debido a que en la película “Parasites” uno de los protagonistas aparece comiendo las patatas”. Y añadió: “Lo de la lata de pintura dicen que el señor Bonilla se llevó patatas fritas en una lata de pintura un día que fue de pesca y se olvidó de ellas, hasta tres meses más tarde que abrió la lata y las patatas estaban como recién hechas”. La dueña no sería española pero se sabía la historia, apócrifa o verdadera de todo lo que vendía.
Echamos de menos, claro, el mazapán de Santo Tomé, las torrijas que hacía mi madre y los albaricoques de hueso dulce de Toledo.

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