Prosa en homenaje a Gabriel Miró. Recordando a Ortega y Gasset.
La mujer del paraguas reflejada, en el espejo del asfalto, al borde del abismo. La lluvia esperando que el semáforo cambie de color para cruzar la calle. Septiembre alargando sus dedos de agua y humedeciendo los huesos del verano. Pasa una corredora asustando a la humedad que lleva armadura de algodón roñoso.
Al fondo un cartel nos recuerda lo frágil del peso de la ley.
Un perro espera pacientemente que el semáforo cambie a verde y ayuda a la lluvia a pasar la calle. Para los ojos de la noche, un charco escribe “one way” en braille . Chisporrotea, en la bóveda oscura del paraguas, el ruido de la vida que pasa lentamente con la primera lluvia de septiembre.
Un viejo se acerca a la ventana y ve cómo la lluvia intenta terminar el crucigrama en el cristal, cómo el tiempo pasa por el perfil de la ciudad y apenas si distingue sus edificios arañados por las uñas del gato esponjoso de la niebla.
Una hoja seca, la primera, navega lentamente hacia el desagüe.
“A Gabriel Miró se le ha leído tradicionalmente como estilista, lírico o poeta en prosa, ya fuera para alabarle por el virtuosismo de su prosa, ya para criticarle como mal novelista sin nada que decir. Cada vez más puesto en entredicho el feroz ataque que le hizo José Ortega y Gasset en una reseña sobre su novela cumbre: El obispo leproso (1926)”. En ella se pueden ver “los errores de interpretación en que cayó Ortega y cómo, en su ataque a Miró, llegó incluso a caer en contradicción con sus propias teorías estéticas, particularmente de La deshumanización del arte e ideas sobre la novela (1925)”. Guillermo Laín Corona.