“El cuaderno iluminado”, de Fernando José Carretero es un museo de historia y de vida, de rostros y miradas, de personajes de perfiles desgastados en monedas de plata, un mapa de ciudades y jardines con rosas de muerte… Es un libro que deslumbra”.
Cuando uno terminó de leer el libro pensó en lo difícil que le iba ser al poeta escribir otro como “El cuaderno iluminado”. Él mismo parece tener el mismo sentimiento. Al comienzo de “Rumor de la marea que baja” (Mahalta ediciones) dice que algún lector de su anterior libro quizá se “sorprenda lo muy distinto de este”. El cambio, en efecto, sorprende: que es lo mejor que le puede ocurrir un poeta y a un libro de poesía. Como decía Dickinson: If I read a book and it makes my whole body so cold no fire can warm me, I know that is poetry. If I feel physically as if the top of my head were taken off, I know that is poetry”. (Si leo un libro y siento por todo el cuerpo tanto frío que no hay fuego que lo caliente, sé que es poesia. Si físicamente siento que salta la tapa de los sesos, sé que es poesía”). El poeta, en esta ocasión, sabe que el estilo surge del tema, que el impulso de escribir viene de fuera, que la inspiración es una disciplina y que la poesia es como una voz que responde a otra.
“Rumor de la marea que baja” es, por lo tanto, un libro de voces y de rumores en donde una sola palabra, sin el cilicio de la “medida”, sirve “para intentar recuperar el tiempo perdido, / la vida”. Lo suficiente para romper el silencio. Rumores y voces de la madre, un roce dócil sobre la piel, un perfume, el paso del tiempo, el temblor de los recuerdos, apenas un latido de luz, apenas algo de la vida.
Frente a la rigurosa cárcel formal de “El cuaderno iluminado”, después de una “sanación verbal”, de la afirmación (discutible) de que exuberancia es belleza, de la sonora luminosidad del endecasílabo, de la riqueza barroca del andamiaje, entramos, un poco sorprendidos, con los ojos del alma en vilo, en la ruptura formal, en el mundo suavemente sonoro de rumores y voces, un universo donde el poeta pide permiso para entrar en la delicada clausura de la palabra en donde nos encontramos con poemas breves, libres, un chispazo que hiere, una metáfora que reconforta, un aforismo que te hace reflexionar. Un universo en donde la belleza tiene un precio.
Pagamos la belleza con la muerte.
No existe más alto precio.
Y en algun momento tendremos que decidir
si un precio tan alto nos mereció la pena.
Si “El cuaderno iluminado” deslumbraba por su poder, riqueza y fuerza estética, en el “Rumor de la marea que baja” encontramos, al alejarse el agua, parte del tiempo perdido, el silencioso ruido de la vida.
Un libro que sorprende.