170718.- De pronto, a media tarde, el sol se ocultó y la ciudad parecía haber sido tragada por un ejército de niebla
guerrera. Nació un viento raro, áspero como una hoja de higuera que raspó a los
árboles que se movían como doloridos. Aparecieron los primeros paraguas y llegó
hasta nosotros un olor a tierra mojada que nos encendió la infancia. Se hizo
casi de noche y los semáforos ganaron luz. Truenos lejanos se acercaron y hubo
gente que echó a correr. Alguien cerró las ventanas de su casa y escuchaba cómo
la lluvia tocaba en los cristales con sus nudillos de agua. Bajaban desde el
parque arroyos de agua sucia con ramas y hojas que anegaban las aceras.
Comenzaron a escucharse las sirenas como si la lluvia fuera a urgencias. Una
joven pareja que esperaban al autobús, resguardado cada una en un paraguas,
parecía bailar la danza del deseo. Se unían, se alejaban, se besaban, el viento
volvía del revés los paraguas y ellos seguramente pedían que nunca llegara el
autobús. Resguardados, como si fueran invisibles a la vida y solo visibles al
amor, se querían un poco precipitadamente con esa fuerza que da el primer amor.
De pronto él se ha acercado a ella y la ha besado con pasión mientras arreciaba
la lluvia. Se han abrazado y él se ha alejado hacia el autobús que casi lo
pierde. Ella ha vuelto la cabeza y ha levantado la mano diciendo adiós, no sabemos
si al chico o a la lluvia. Después el gris se fue desvaneciendo, la lluvia
desapareció, se levantó un aire suave, los semáforos perdieron su fuerza y a lo
lejos empezó a abrirse, en el telón de la grisura, una grieta rosa como si
hubieran cortado la piel de la tarde con un bisturí.
guerrera. Nació un viento raro, áspero como una hoja de higuera que raspó a los
árboles que se movían como doloridos. Aparecieron los primeros paraguas y llegó
hasta nosotros un olor a tierra mojada que nos encendió la infancia. Se hizo
casi de noche y los semáforos ganaron luz. Truenos lejanos se acercaron y hubo
gente que echó a correr. Alguien cerró las ventanas de su casa y escuchaba cómo
la lluvia tocaba en los cristales con sus nudillos de agua. Bajaban desde el
parque arroyos de agua sucia con ramas y hojas que anegaban las aceras.
Comenzaron a escucharse las sirenas como si la lluvia fuera a urgencias. Una
joven pareja que esperaban al autobús, resguardado cada una en un paraguas,
parecía bailar la danza del deseo. Se unían, se alejaban, se besaban, el viento
volvía del revés los paraguas y ellos seguramente pedían que nunca llegara el
autobús. Resguardados, como si fueran invisibles a la vida y solo visibles al
amor, se querían un poco precipitadamente con esa fuerza que da el primer amor.
De pronto él se ha acercado a ella y la ha besado con pasión mientras arreciaba
la lluvia. Se han abrazado y él se ha alejado hacia el autobús que casi lo
pierde. Ella ha vuelto la cabeza y ha levantado la mano diciendo adiós, no sabemos
si al chico o a la lluvia. Después el gris se fue desvaneciendo, la lluvia
desapareció, se levantó un aire suave, los semáforos perdieron su fuerza y a lo
lejos empezó a abrirse, en el telón de la grisura, una grieta rosa como si
hubieran cortado la piel de la tarde con un bisturí.