Vieja y recién nacida, pergamino y pañal,
un eclipse de ojivas en su manto,
monja de toca atea con maitines de noche,
la saliva oxidada de su lengua de alfanje
afilando la miel en la garganta del novicio.
Maestra en el remiendo con aguja labial
su perfil se refleja cenagoso en la falsa moneda,
huesos, afeites, filtros y pociones
que aceleran la hoguera por la ingle,
en estado de amor la desazón de no vivir.
Con llave repujada de avariciosa herrumbre
esconde en la alacena laberinto del siglo XVI
un rosario de misas condenadas,
libros sin imprimátur, clavos de la pasión,
bulas con indulgencias en un latín roído,
mitras cardenalicias con el cisma bordado entre la seda
y un linaje bastardo de hierbas nobiliarias.
Para el último acto de la historia se disfraza
de niebla traicionera que emponzoña el paisaje,
convierte a la paloma en un halcón cautivo
de delicada ala y medieval zureo.
Victoriosa y triunfante se humilla y se doblega
y es su vientre reseco el último peldaño
que lleva hacia lo alto de la torre
desde donde Calixto se arroja al precipicio
quedando embarazada de muerte la Edad Media.