Cuadernos de Humo

Ninguna parte, de José Luis Morante


 
Ninguna parte
José
Luis Morante
La
isla de Siltolá, 2013
                                          ALGO MÁS QUE PIEDRA
CALIZA.   
La poesía es esa luz que
debilita las sombras que llevamos dentro. Sabemos de nuestra condición
transitoria y este estar de paso nos crea y nos provoca confusiones, en
ocasiones caos, a menudo desórdenes. Nuestra existencia está abocada al
encuentro con la muerte o con la sombra total. 
“Esta orfandad del ser – dice el poeta—busca sosiego en los sentimientos
y en la literatura”. José Luis Morante ha escrito en Ninguna parte, su último libro de poemas hasta la fecha, un retablo
trascendente, con visos de mentalidad medieval en donde lo cotidiano, lo que
nos da vida, las pequeñas cosas que nos rodean y nos hacen maleables, alternan con
el otro lado de la existencia: la vejez, la muerte, la angustia y el “deseo
creciente de hallar el sentido al ahora”. 
Tiene este retablo cuatro paneles
que cubren la pared de la nave central de nuestra subsistencia diaria,
salpicada de elementos nocivos y enfermedades por un lado, de materiales nobles
por otro y, también, de piedra caliza. La primera tabla se llama “Patologías” y
es nuestra preferida. Abre el libro con un poema titulado “El picaporte” donde
nos encontramos a un “terco nonagenario”. Un poema, junto a “Balance”, de los
mejores del libro: dos joyas que brillan con intensidad. 
Terco nonagenario
–después de quince años
de extravío en la sombra–
la evocación a tientas del
pasado
equivale a mi padre
a resistencia…
…A veces su mirada resucita.
Posiciona en un mapa
imágenes dispersas.
Su voluntad es tacto
que gira el picaporte
para abrir desde dentro
la puerta infranqueable.
El segundo panel de este museo de las
soledades se llama “Deshielo” donde hay poemas “geográficos” y sombríos, con
endecasílabos de esta altura: “con esas sombras que llevamos dentro”. “Pub
Joyce” parece un poema escrito esta mañana: nos da una visión negativa de
Madrid. 
            Sucio Madrid de
calles en derribo
            donde
las obras públicas
            son parte del paisaje y acreditan
            estilo costumbrista.
La tercera tabla son epitafios que se agrupan
bajo un título certero y acertado: “Piedra caliza”. Poemas como flechas,
directos, limpios de polvo y paja. Cierra el libro “Y todo lo demás”, donde
figura “Balance”, un poema biográfico que hubiera podido cerrar el libro y así
unir al padre sin memoria con el hijo que la revive y mantiene.
…Crecí con Blas de Otero
y la armónica triste de Bob
Dylan.
Como todos los jóvenes
exploré laberintos…
…Aparecieron grietas,
enemigos y afectos
enterrados después,
igual que yacimientos
arqueológicos.
Decidido a buscar
ese lugar distinto a
cualquier otro,
me extasiaron los viajes y
los trenes…
…Hoy salgo a respirar. No
pido mucho:
convivir entre libros y
objetos familiares,
amoldar el sosiego del
jardín
-igual que hiciera Cándido-,
un drenaje que filtre
las aguas estancadas
y espiar los ocasos
con la escueta esperanza
de un porvenir que llegue
cualquier día.
Pero el poeta decide terminar Ninguna parte con “Palabras sueltas”,
una especie de poética y de colofón justificando el discurso del libro. Ninguna parte, editado en un precioso y
manejable volumen por La isla de Sitolá
en su “Colección Tierra” es el riguroso y cabal trabajo de varios años (2006 –
2013). Es un libro escrito “con lenguaje conciso e intimista”, con pulso y
aliento firmes, un libro en donde “juntos conviven” la razón y el sentimiento. En
donde la duda es uno de los hilos conductores del texto. En ningún momento el
poeta desperdiga sus pasos, pierde el ritmo, desafina el oído de la melancolía.
Un libro redondo, cíclico, del que quedan mucho más que los sonidos, más que lo
materiales empleados. Ninguna parte
es un ave con el corazón de fuego y las alas de ceniza que vuela alto, por
encima de modas y experiencias. Un libro de palabras conectadas que crean un
mundo heterogéneo; un mundo en que cohabitan el temblor de la muerte, el goteo
de la sangre y la arpillera de la respiración.

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