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El primero de año lo asocio con dos momentos:
Uno cuando era niño, un día luminoso, en los postres de una comida
interminable, ver a una monjita sonriente, del convento cercano, con un niño
Jesús desnudo reposando en un cojín rojo. La veo entrando en el comedor lleno
de ruido, humo, alegría, toda mi familia reunida ofreciéndonos la imagen.
Después de cada beso la monjita pasaba, delicadamente, un pañuelo inmaculado,
con puntillas, primorosamente doblado y con olor a “colonia de monja”, por el
piececito del recién nacido. Veo a mi padre invitándola a tomar algo y ella
disculpándose como sólo una monja de las de antes sabía hacerlo y con qué
elegancia y humildad se guardaba, entre los pliegues del hábito, el billete que
mi padre le daba. El otro momento son muchos momentos: el Concierto de Año
Nuevo desde Viena. Ya en Toledo me levantaba el primero, el comedor desordenado
con bandejas, dulces, mazapán, botellas de licores y copas en la mesa de la
fiesta de la noche anterior, a ver el concierto. La monjita ya no está, el
pañuelo habrá perdido el perfume, el Niño seguirá desnudo sin tiritar y el
concierto me suena repetido y, en ocasiones, desafinado, cuando el destemplado
soy yo.
Uno cuando era niño, un día luminoso, en los postres de una comida
interminable, ver a una monjita sonriente, del convento cercano, con un niño
Jesús desnudo reposando en un cojín rojo. La veo entrando en el comedor lleno
de ruido, humo, alegría, toda mi familia reunida ofreciéndonos la imagen.
Después de cada beso la monjita pasaba, delicadamente, un pañuelo inmaculado,
con puntillas, primorosamente doblado y con olor a “colonia de monja”, por el
piececito del recién nacido. Veo a mi padre invitándola a tomar algo y ella
disculpándose como sólo una monja de las de antes sabía hacerlo y con qué
elegancia y humildad se guardaba, entre los pliegues del hábito, el billete que
mi padre le daba. El otro momento son muchos momentos: el Concierto de Año
Nuevo desde Viena. Ya en Toledo me levantaba el primero, el comedor desordenado
con bandejas, dulces, mazapán, botellas de licores y copas en la mesa de la
fiesta de la noche anterior, a ver el concierto. La monjita ya no está, el
pañuelo habrá perdido el perfume, el Niño seguirá desnudo sin tiritar y el
concierto me suena repetido y, en ocasiones, desafinado, cuando el destemplado
soy yo.
Bella imagen nos plasmas en estas letras, y bello como lo expresas tanto que parece una recreación de un cuadro del Greco.
Me encanto " El destemplado soy yo"
Un beso.
Muchas gracias, Mercedes. Esta bien lo del cuadro de El Greco que para eso este año estamos celebrando su vida y su obra.
Una de los prodigios de la memoria es su habilidad sentimental para reconstruir el pasado. Sin memoria seríamos otros, querido amigo, con el ánimo más destemplado, como ese concierto navideño que guarda el polvo de lo rutinario.
Un fuerte abrazo.
La memoria es la madre del sentimiento. Muchas gracias, José Luis.
Me recuerda mis tiempos de monaguillo cuando en Navidad los fieles se arrodillaban para besar el pie del Niño y mi única función era pasar el pañuelo después de cada beso. ¡Qué bien describes! saludos