Cuadernos de Humo

El Botánico nevado.

En los campos de lilas, en la rosaleda, en la pradera de los almendros, en la caligrafía del jardín japonés, en el macizo donde en mayo florecen los tulipanes y arden los lirios, en la cuesta donde se columpian el romero y el tomillo, en la explanada donde florecen enardecidos los magnolios, en las misteriosas flores de loto que en verano redondeaban la cuadratura del estanque, en el parterre de las hierbas olorosas, en la más humilde y silenciosa hierba.

Secando su sed en las ramas, zigzagueando sobre troncos, volando junto a los pájaros, haciendo resbalar a perdidos y desorientados gansos de Canadá, tramposa cobertura de falsas estrofas, rimas en asonante en el folio en blanco de un poema imposible.

Dueña del recinto, edredón, colcha y sábana del lecho del invierno, siembra en la luz sitiada su silencio y su ligera pesadez, su altura comedida, su mantecoso grosor, su pedigrí  de vieja dama del Norte, princesa de amantes que tienen que resolver enigmas,

Llega anunciada, como se despierta la niebla, crece la lluvia o viene la muerte y lo arrasa todo, todo lo nivela, borra renglones y caminos, le quita la mayúscula al lago abriendo una o donde flotan peces de cristal y saca raíces en el camino de los cerezos y pone paréntesis en la prosa de la sombra.

Carcome nuestra mirada, damasquina los dedos, cruje en los zapatos, pone un hormigueo en nuestro viejo corazón y nos engaña. Salimos del jardín ciegos, con un persistente perfume a paraíso perdido.

 

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