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Se me
había olvidado el nombre del establecimiento y el rótulo que campeaba encima de
la puerta de entrada, se me había olvidado el chorro del agua de la manga
riega, las vespas aparcadas en las aceras, las grietas en las casas, una
sensación de estar a punto de salir de un estado de pobreza, de un cuarto
oscuro, las parejas cogidas del brazo, el mundo de los niños trabajadores, la sombra
partiendo la calle, los faroles tocados de luz limpia, la pequeña cuesta, las
mujeres yendo con el bolso a la compra, la voz de la ciudad en la mañana, la
vida que nacía, y la canción que le cantábamos al regador, provocándole: “La
manga riega / que aquí no llega / y si llegara / no nos mojara”. Se me había olvidado el olor de la mañana a
café con leche, el nombre de la calle, el ruido de las campanas, la oscuridad
de las sotanas y los manteos, el ladrido de los perros, las voces de las
mujeres de los pueblos cercanos vendiendo espárragos y cardillos, ya primavera
temprana, el color de la vida, sobre todo en blanco y negro, la dificultad de
abrir una ventana. Ahora me llega todo esto y mucho más al ver una fotografía
de Inge Morath que hizo en Toledo (¿en los cincuenta?), de una calle cerca de
la catedral y de la casa de Socorro, en la Bajada del barco, donde había una
pescadería que tenía por nombre “Los cuatro tiempos”. Una foto que tiene
una historia, un argumento y un desenlace, que es como un cuento realista,
social, costumbrista. Una
foto con luz, agua, sombra, vida, sonido, un inquietante silencio y ocho
personajes en movimiento en busca de los cuatro tiempos. Nada queda de
entonces. Vinieron otros
aires, otras retinas, vino la modernidad que no tenía letrero y se lo llevaron
todo. Los cuatro tiempos incluidos. Ahora, cuando estos tiempos no existen, me dio cuenta, y ya es tarde,
de todos los posibles significados del nombre que habían puesto a la
pescadería. Yo entonces sólo sabía de las cuatro estaciones y de éstas
sólo la de la infancia o primavera. Estoy empezando a aprender, cuesta abajo,
cual es el quinto tiempo.
había olvidado el nombre del establecimiento y el rótulo que campeaba encima de
la puerta de entrada, se me había olvidado el chorro del agua de la manga
riega, las vespas aparcadas en las aceras, las grietas en las casas, una
sensación de estar a punto de salir de un estado de pobreza, de un cuarto
oscuro, las parejas cogidas del brazo, el mundo de los niños trabajadores, la sombra
partiendo la calle, los faroles tocados de luz limpia, la pequeña cuesta, las
mujeres yendo con el bolso a la compra, la voz de la ciudad en la mañana, la
vida que nacía, y la canción que le cantábamos al regador, provocándole: “La
manga riega / que aquí no llega / y si llegara / no nos mojara”. Se me había olvidado el olor de la mañana a
café con leche, el nombre de la calle, el ruido de las campanas, la oscuridad
de las sotanas y los manteos, el ladrido de los perros, las voces de las
mujeres de los pueblos cercanos vendiendo espárragos y cardillos, ya primavera
temprana, el color de la vida, sobre todo en blanco y negro, la dificultad de
abrir una ventana. Ahora me llega todo esto y mucho más al ver una fotografía
de Inge Morath que hizo en Toledo (¿en los cincuenta?), de una calle cerca de
la catedral y de la casa de Socorro, en la Bajada del barco, donde había una
pescadería que tenía por nombre “Los cuatro tiempos”. Una foto que tiene
una historia, un argumento y un desenlace, que es como un cuento realista,
social, costumbrista. Una
foto con luz, agua, sombra, vida, sonido, un inquietante silencio y ocho
personajes en movimiento en busca de los cuatro tiempos. Nada queda de
entonces. Vinieron otros
aires, otras retinas, vino la modernidad que no tenía letrero y se lo llevaron
todo. Los cuatro tiempos incluidos. Ahora, cuando estos tiempos no existen, me dio cuenta, y ya es tarde,
de todos los posibles significados del nombre que habían puesto a la
pescadería. Yo entonces sólo sabía de las cuatro estaciones y de éstas
sólo la de la infancia o primavera. Estoy empezando a aprender, cuesta abajo,
cual es el quinto tiempo.
Tus recuerdos son los de muchos toledanos todavía. Yo por ejemplo visité esa Casa de Socorro por una buena brecha. Bonita foto, aunque no sea Santo Tomé.
Muy bello, una foto, un instante, un olor, y la memoria se abre en mil pétalos en flor, haciendo hoy, el ayer.
Gracias por compartirlo.
Un beso.
Gracias a ti Mercedes por tus hermosas palabras. Un beso
Maria Jesús esa bajada a la Casa Socorro y la calle que te lleva a la Plaza de San Justo! Tan cerca de Santo Tomé y a la vez tan lejos…
Las imágenes en blanco y negro tienen un poder de sugerencia que evita la desmemoria. Están las calles, los personajes, el rótulo… y tu escritura para que aquella secuencia permanezca viva. Cualquier tiempo pasado fue mejor, así que es un placer atrasar el reloj con tus palabras.
Gracias José Luis. La vida es en color, decia Kodak, pero a mí en ocasiones me gusta mirar la vida en blanco y negro. Un abrazo.
Es verdad, tan cerca y tan lejos… Mi zona era Santo Tomé o la plaza de San Juan para jugar con los amigos del barrio. Pero aún así, tengo muchos recuerdos de Toledo en aquellos años, las tiendas en las que sabías el nombre del tendero y ellos a su vez también te conocían.
Todas las fotos guardan una historia: de ella nos llega el olor, la luz y la vida que captó la cámara y las plasmó en los diminutos huecos del papel, quedando fijados para siempre. A medida que leo tus textos me enganchan más. Saludos