Cuadernos de Humo

La casa con una sombra dentro


                               

16
                                           ARMIÑO Y
SOBREPELLIZ: PIELES PARA UN AMOR
.
Lo
vio por primera vez saliendo de la Catedral y le llamó la atención lo sucia que
llevaba la gorguera. Luego lo miró  disimuladamente a las manos,  y vio que la derecha estaba manchada de
colores: azul, rojo y negro. El la miró y ella recibió su mirada como quien
recibe la extremaunción.

Vamos, Jerónima, no mires así a ese forastero. Todo el que viene de lejos huye
de algo. Dicen que viene de Creta, que es pintor y que en la Corte ha salido
malparado.
Jerónima
apresuró el paso, guardó el rosario en la faltriquera, se aseguró que los
broches dorados del libro de oraciones estuvieran bien cerrados y miró a su
marido.
Don
Lope de Mingo y Muñoz, envejecido, cojeando ligeramente de la pierna derecha,
herida en la batalla de Lepanto, avanzaba hacia Santo Tomé, donde vivían.

Todos huimos de algo. A mi me gustaría huir de vos y de esta ciudad que me
ahoga– pensó responder Jerónima, apenas una niña, casada por conveniencia con
don Lope, pero guardó silencio, una vez más.
 Al llegar a su casa, las campanas del convento
de las monjas de San Antonio dieron las doce. Lázaro, el pregonero, anunciaba
un auto de fe en Zocodover.
Hilario,
el sacristán de la parroquia de Santo Tomé, al que la Inquisición había
interrogado por sus prácticas sexuales, estaba doblando, cuidadosamente, la
sobrepelliz que había llevado en el entierro del  señor de Orgaz, oliendo todavía la sacristía
a incienso y a crisantemos muertos, cuando vio entrar a Jerónima. Venía a
encargar una misa de acción de gracias. Cuando Hilario le preguntó qué gracia,
ella sonrió.
     – Hay gracias que no se dicen, ni se dan-,
respondió dejando un maravedí en una bandeja de plata.
– Hay
cuerpos que son fuego y por ellos podemos ir a la hoguera-, dijo el sacristán,
cuyo perfil le resultó a Jerónima conocido.
– Ten
cuidado, que hay colores que dejan tiznada la mirada y el corazón para siempre.
Él te espera.
    Salió Jerónima de la sacristía y se digirió
a la pequeña capilla donde una sombra con olor a aceites y tierras dibujaba un
niño con un pañuelo blanco que le salía del bolsillo del gabán.
      – Mi dama del
armiño, mi niña querida, mi espejo. A
l final de mi vida harás
“lo que cerca de ello se a de hazer”-
dijo la sombra en un
castellano con acento extranjero que Jerónima no entendió.
      Y a
los pies de un enorme lienzo en blanco,  que seria la crónica de un entierro, se amaron
apasionadamente dando forma al boceto que un hachón iluminaba llenándolo de
vida.

2 thoughts on “La casa con una sombra dentro”

  1. Mercedes Dueñas

    Magistral relato, que bien podía ser la recreación de otro cuadro de el Greco.
    Bello homenaje.

  2. Por hache o por be

    Muchas gracias, Mercedes. Como toledano que soy y haber nacido y crecido a la sombra del Entierro del señor Orgaz me sentía motivado y obligado para recordar al greco

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