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A mí, al menos, el aire me olía a incienso y
la luz me parecía de domingo, no importa que fuese lunes. Un lunes especial: un
lunes después del domingo de resurrección y, lo más importante, un lunes en que
iban a quemar a Judas. Judas aparecía colgado
a un cable que cruzaba la calle y cuyas puntas estaban amarradas a dos
balcones. Judas era un enorme muñeco lleno de paja vestido con una chaqueta
vieja de mi padre, de unos pantalones
descoloridos del tendero, de una camisa amarilla del barbero, un sombrero del
boticario y de unos zapatos cuarteados del zapatero que guardaba para esta
ocasión. Las mujeres encargadas de
vestir a Judas le pintaban unos ojos grandes y expresivos, un bigote generoso y
una nariz de cristo románico. Judas, tambaleándose en el aire tibio de una
tarde abrileña, era un espantapájaros urbano que había nacido ya sentenciado a
muerte sin pájaros que ahuyentar, sin cosecha que guardar. Era un muñeco algo
fofo y uniforme que lo único que ahuyentaba era la mirada asustada de un
niño que le miraba con ojos asustados.
Al atardecer, cuando los hombres regresaban de trabajar y la noche llegaba
puntual a trabajar, la calle empezaba a animarse: los vecinos se asomaban en
los balcones o bajaban a la calle. Alguien acercaba una llama a los pies de
Judas y entre el griterío de la gente, los ladridos de los perros y el susto de
un niño, el muñeco lleno de paja, con corazón de traidor y mirada torva
empezaba a arder. Se iluminaba la noche de una luz arrebatada y la gente se
separaba del hambrón que poco a poco se iba consumiendo. Al llegarle las llamas
al pecho la paja se dispersaba como diminutas estrellas y la gente prorrumpían
en gritos. Se llenaba el aire de un aire
espeso y la noche olía a goma quemada, a hoguera de pueblo, a carbones húmedos.
Judas que había sido quemado por haber traicionado a Jesús – eso era lo que le
decían al niño al preguntar el porqué de la quema-, se llevaba entre sus
cenizas y pavesas el olor a primavera y la luz de domingo. Se llevaba también
la inocencia.
la luz me parecía de domingo, no importa que fuese lunes. Un lunes especial: un
lunes después del domingo de resurrección y, lo más importante, un lunes en que
iban a quemar a Judas. Judas aparecía colgado
a un cable que cruzaba la calle y cuyas puntas estaban amarradas a dos
balcones. Judas era un enorme muñeco lleno de paja vestido con una chaqueta
vieja de mi padre, de unos pantalones
descoloridos del tendero, de una camisa amarilla del barbero, un sombrero del
boticario y de unos zapatos cuarteados del zapatero que guardaba para esta
ocasión. Las mujeres encargadas de
vestir a Judas le pintaban unos ojos grandes y expresivos, un bigote generoso y
una nariz de cristo románico. Judas, tambaleándose en el aire tibio de una
tarde abrileña, era un espantapájaros urbano que había nacido ya sentenciado a
muerte sin pájaros que ahuyentar, sin cosecha que guardar. Era un muñeco algo
fofo y uniforme que lo único que ahuyentaba era la mirada asustada de un
niño que le miraba con ojos asustados.
Al atardecer, cuando los hombres regresaban de trabajar y la noche llegaba
puntual a trabajar, la calle empezaba a animarse: los vecinos se asomaban en
los balcones o bajaban a la calle. Alguien acercaba una llama a los pies de
Judas y entre el griterío de la gente, los ladridos de los perros y el susto de
un niño, el muñeco lleno de paja, con corazón de traidor y mirada torva
empezaba a arder. Se iluminaba la noche de una luz arrebatada y la gente se
separaba del hambrón que poco a poco se iba consumiendo. Al llegarle las llamas
al pecho la paja se dispersaba como diminutas estrellas y la gente prorrumpían
en gritos. Se llenaba el aire de un aire
espeso y la noche olía a goma quemada, a hoguera de pueblo, a carbones húmedos.
Judas que había sido quemado por haber traicionado a Jesús – eso era lo que le
decían al niño al preguntar el porqué de la quema-, se llevaba entre sus
cenizas y pavesas el olor a primavera y la luz de domingo. Se llevaba también
la inocencia.
Dedicado a Sagrario Fernandez-Prieto
Cómo siempre, desde los años que le leo, sus inocentes "histories vécues" se aguzan en punta viva y buscan el centro del sentimiento humano. Así somos los hombres Sr. Hilario buscamos siempre un culpable para quemar en medio de la plaza, un monigote de paja que no sabe ni siquiera de qué trata el festejo de unos cuantos que se creen superiores a él. Muchas gracias nuevamente por estas historias vividas y por sus poemas que irremediablemente llegan al centro de mis sentimientos y hacen que yo pueda seguir inspirándome en su belleza.
Muchas gracias, Sr, Anónimo. Engalana usted con su prosa cuidada este espacio. Un saludo.
Se llevaba también la inocencia. Esa inocencia que crece en el alma de unos cuantos adormeciendo el judas que todos llevamos dentro, mientras otros judas muerden la mano culpando a los demás de sus derrotas, envolviéndolos con sus miserias.
Reflexivo y aleccionador.
Un beso en la distancia.
Muchas gracias, Mercedes, por tu presencia y tus palabras