37
Supimos de la guerra por mi madre. Después de tantos años, cuando salía el
tema de la guerra, lo primero que saltaba en la conversación era la tarde de
aquel 18 de julio. En seguida se hablaba de los tiros, las motos, los camiones,
los arrestos y Trini siempre comentaba el vestido que mi madre llevaba y lo
guapa que iba. Mi madre se apresuraba a describirlo y añadía que hasta hace
poco había una fotografía de ella con el vestido. Luego mi madre recordaba la
medalla de oro con la Virgen del Sagrario que Trini llevaba. El padre de Trini,
el señor Sebastián, que cantaba muy alto y desentonado, asistía a cuantas
procesiones, misas, novenas y actos religiosos que se celebraran en Toledo.
Trini, que era la única hija y “tenía el riñón bien cubierto”, como decía mi
abuela, se casó en 1944 con un maestro de Cuenca, que se llamaba José Hilario
al que conoció en un funeral que los jesuitas celebraron un 20 de noviembre por
el alma de José Antonio Primo de Rivera. Mi tío Félix, que era abogado, conoció
al fundador de la Falange en un mitin que éste dio en el Teatro Rojas en el que
mi tío pronunció un discurso que fue su sentencia de muerte, según decía
Montemayor, que luego llegaría a ser alcalde de Toledo. Hay una foto del
escenario lleno de hombres con José Antonio en camisa azul y correaje, peinado
hacia atrás, con pelo engominado y los ojos grandes, como extraviados, con mi
tío a su derecha. Descubrí esta foto años más tarde en la biblioteca de la
Universidad de Princeton cuando trabajaba sobre la vida y obra de Félix
Urabayen. El señor Sebastián y mi abuelo eran compañeros de trabajo. Mi abuelo
era funcionario de prisiones y trabajaba en la de Toledo donde también estaba
destinado el hermano de Antonio Machado, don Francisco. Mi madre recuerda la
tarde en que don Antonio, como ella le llamaba, visitó a su hermano. Llegó en
un coche con matrícula de Segovia y estuvieron hablando de la república y de un
general llamado Franco. Otro compañero de mi abuelo era Don Venancio, que tenía
una hija y un hijo, Urbano, que eran muy amigos de mi madre. Una semana después
de aquel 18 de julio, cuando las cosas se habían puesto peor y el terror
predominaba en la ciudad, mi abuelo y mi tío tuvieron que esconderse porque los
buscaban para matarlos. En la plazuela del Conde mi madre se encontró con
Urbano, que según ella “era medio bobo” y al verla le dijo:
tema de la guerra, lo primero que saltaba en la conversación era la tarde de
aquel 18 de julio. En seguida se hablaba de los tiros, las motos, los camiones,
los arrestos y Trini siempre comentaba el vestido que mi madre llevaba y lo
guapa que iba. Mi madre se apresuraba a describirlo y añadía que hasta hace
poco había una fotografía de ella con el vestido. Luego mi madre recordaba la
medalla de oro con la Virgen del Sagrario que Trini llevaba. El padre de Trini,
el señor Sebastián, que cantaba muy alto y desentonado, asistía a cuantas
procesiones, misas, novenas y actos religiosos que se celebraran en Toledo.
Trini, que era la única hija y “tenía el riñón bien cubierto”, como decía mi
abuela, se casó en 1944 con un maestro de Cuenca, que se llamaba José Hilario
al que conoció en un funeral que los jesuitas celebraron un 20 de noviembre por
el alma de José Antonio Primo de Rivera. Mi tío Félix, que era abogado, conoció
al fundador de la Falange en un mitin que éste dio en el Teatro Rojas en el que
mi tío pronunció un discurso que fue su sentencia de muerte, según decía
Montemayor, que luego llegaría a ser alcalde de Toledo. Hay una foto del
escenario lleno de hombres con José Antonio en camisa azul y correaje, peinado
hacia atrás, con pelo engominado y los ojos grandes, como extraviados, con mi
tío a su derecha. Descubrí esta foto años más tarde en la biblioteca de la
Universidad de Princeton cuando trabajaba sobre la vida y obra de Félix
Urabayen. El señor Sebastián y mi abuelo eran compañeros de trabajo. Mi abuelo
era funcionario de prisiones y trabajaba en la de Toledo donde también estaba
destinado el hermano de Antonio Machado, don Francisco. Mi madre recuerda la
tarde en que don Antonio, como ella le llamaba, visitó a su hermano. Llegó en
un coche con matrícula de Segovia y estuvieron hablando de la república y de un
general llamado Franco. Otro compañero de mi abuelo era Don Venancio, que tenía
una hija y un hijo, Urbano, que eran muy amigos de mi madre. Una semana después
de aquel 18 de julio, cuando las cosas se habían puesto peor y el terror
predominaba en la ciudad, mi abuelo y mi tío tuvieron que esconderse porque los
buscaban para matarlos. En la plazuela del Conde mi madre se encontró con
Urbano, que según ella “era medio bobo” y al verla le dijo:
— Carmen no deberías
andar sola, la cosa está mal. Mira, ayer mismo, matamos a cinco curas y a dos
guardia civiles. Hay que terminar con toda esa carroña…
andar sola, la cosa está mal. Mira, ayer mismo, matamos a cinco curas y a dos
guardia civiles. Hay que terminar con toda esa carroña…
Mi madre supo con
certeza en aquel momento de la importancia de esos tiros y ese fuego que vio
con Trini aquella tarde del 18 de julio cuando volvían del paseo de la Vega donde habían comprado un cucurucho de
almendras saladas y se les habían llenado los zapatos de polvo. Días después,
tanto mi abuela como mi madre oirían desde el balcón de su casa, con la torre
de la iglesia siempre por testigo, los disparos que quitarían la vida a mi
abuelo y a mi tío, abatido uno en la plazuela del Conde y el otro en el Paseo del Tránsito. En este Paseo mi madre
había jugado con sus amigas en otras tardes de verano, y a veces una tormenta
las hacía correr y refugiarse
debajo de un árbol a esperar que dejara de llover.
certeza en aquel momento de la importancia de esos tiros y ese fuego que vio
con Trini aquella tarde del 18 de julio cuando volvían del paseo de la Vega donde habían comprado un cucurucho de
almendras saladas y se les habían llenado los zapatos de polvo. Días después,
tanto mi abuela como mi madre oirían desde el balcón de su casa, con la torre
de la iglesia siempre por testigo, los disparos que quitarían la vida a mi
abuelo y a mi tío, abatido uno en la plazuela del Conde y el otro en el Paseo del Tránsito. En este Paseo mi madre
había jugado con sus amigas en otras tardes de verano, y a veces una tormenta
las hacía correr y refugiarse
debajo de un árbol a esperar que dejara de llover.
Siempre tremendos esos recuerdos. Ahora, desde la distancia, cualquiera diría -si no fuera por el temor de parecer una frivolidad-que nos atrae más ese evocador recuerdo del vestido de tu madre, los paseos, las almendras y la lluvia
Muchas gracias Ana María. Tienes razón. Entrre tanto horror y tanta muerte aflora, en cierto modo, la figura de mi madre, Trini, las almendras y la tormenta, la del parque. Lo otro es como un telón desdibujado y desvaido.