En días como éstos me acompaña un paisaje
que yo no sé si invento,
en el que veo a un niño que se parece a mí
con los ojos de humo
mirando la mañana de mayo que lo ciega.
Siente a su madre al lado y quisiera decirle
de un hueco que lo ahoga,
mas tiene miedo que al hablar le salgan
los carbones ardiendo por la boca.
Años más tarde los labios ya de corcho,
hablaría a su madre, pronunciaría el nombre
que, una noche de agosto en un cine de barrio,
comenzó a calcinarle la conciencia
hasta que fue ceniza.
Ella no, pero si el padre
sospechó de su gesto
nunca supo que unos años más tarde
ese hijo inocente se dejaba la vida
buscando como un lobo,
en plazuelas de nieve
y pensiones sombrías, otras bocas
que en vez de aliento claro,
le acercaban deprisa hacia la muerte.
Qué historia tan tremenda contada en un poema Hilario. Me encanta el cierre que le has dado.
Saludos!!
Sandra.
Sandra, se agradecen tus palabras. Un beso.
Hilario, leer este poema produce un desasosegado nudo en la garganta. Como dices por ahí, "poema-verdad" y, como casi todas las verdades, de extraordinaria dureza.
La vida, para algunos, no es fáci y la poesía es la soga que desata el nudo que llevamos en el corazón. Muchas gracias, Antonio.
La verdad del poema, querido Hilario, también incluye sombras desvaídas, esa identidad que se hace tiempo y que vive callada en la memoria. Excelente poema. Un abrazo.
Te agradezco mucho tu comentario, amigo Jose Luis. Un abrazo cordial.