A LA MANERA DE W. S.
MIRANDO UNOS LIRIOS
1
Al llegar ocuparon un lugar cerca de la ventana,
medio abiertos midieron el espacio
hasta hacerse los dueños del silencio
y tomaron la casa.
2
Me llamó la espesura del perfume,
como cuando unas voces me arrastraban
de noche a la maleza,
y me acerqué al borde del abismo.
Aquí solo la esencia me esperaba,
allí la muerte.
allí la muerte.
3
Entró la nieve con olor a verano,
seda desposeída de su tacto nupcial,
siete alondras de acero
con las plumas rozadas con acento de Brooklyn.
4
Si la sombra está arada, mirlos de vuelta al Sur,
octubre es ese brote sin abrir
doblándose de agua.
No sabe para qué sirve la sed.
5
Desde la orilla de los estambres, clavos de la Pasión,
se adivinaba un río caudaloso:
polen dorado que fluía sobre un cauce de cieno.
6
En los tallos una mística armadura
de santos que murieron en olor de castidad.
Dolores de cilicios como dientes de lobos.
7
Un bisturí de luz y sombra
apuñalaba el tizne que crecía
en la espina dorsal de una paloma.
8
Blanco España,
sabotaje de cal en la pared en luto:
seis pétalos abriéndose,
pañales impregnados de loción a granel,
sin tierra y sin raigón.
9
El peso de la muerte se filtra en las raíces.
10
El verano se llevó el canto de los pájaros
y en la fachada de ladrillos rojos
se sofocó el incendio.
11
Rota la tela metálica de la noche
la piel se volvió sucia
y la lluvia escribió en los cristales
nombres que no olvidamos.
12
Ahora esperan que venga la ceniza,
que comience la hoguera a quemar los despojos
y regrese el temblor entre las sabanas.
13
El agua del florero sabe amarga,
se marchitó el perfume y ni la lluvia borra
ese olor tan espeso que dice que eres viejo.