Cuadernos de Humo

Dedicatoria en asonante

                  

                       


                            GERARDO DIEGO,  JARDINERO EN SILOS
Y BARQUERO DE LA ESTIGIA


          Tenía manos casi marmóreas, de
pianista, esmaltadas de venas azules, manos de Caronte; los ojos asustados como
si hubieran visto a la muerte, el rostro de noble medieval, nariz generosa y
fina, orejas crecidas, cuello largo de haber mirado un ciprés en Silos, cuerpo
delgado, casi cristalino, la ropa incómoda; voz destemplada, como cortada por
una navaja, agria, una voz que desentonaba con la bondad de sus ademanes casi
arcangélicos.
          Había ido a
Toledo a dar una conferencia en la Casa de la Cultura. Al acabar me acerqué.
Estaba de pie, todavía subido en el estrado y, con la timidez propia de un
provinciano delante de un poeta, le pedí que me firmara el libro. Cuando leí la
dedicatoria pensé que me había escrito un espontáneo e irregular terceto en
rima asonante: Barrero, Toledo y Diego. Lo achaqué a la magia de la poesía.
–¿Te gusta la poesía?
–Estamos estudiando la suya en el curso.
–Y ¿qué te parece? –me preguntó sonriendo, mientras escribía en
la segunda hoja del libro
–Me sé de memoria varias.
                                                    También la piedra, si hay estrellas,
vuela.
Sobre la noche biselada y fría
creced mellizos, lirios de osadía;
creced, pujad, torres de Compostela.

          Era el año 1959 y empezaba a
conocerte. Recuerdo que viniste primero pura, vestida de inocencia, luego te
vestiste de no sé qué ropajes y al final te desnudaste y te quedaste a vivir
conmigo. Te quedaste como este libro dedicado, “quieto y en marcha” que canta
“siempre el mismo verso / pero con distinta agua”.
          Dedicatoria y poesía que me traen un
Toledo provinciano, abarcable, con un cuartel de la policía armada y otro de la
guardia civil, una modesta y algo desafinada banda de música que tocaba algunos
domingos en la plaza de Zocodover o en las procesiones de Semana Santa. Un
Toledo sin apenas actividades culturales, con conciertos mediocres, recitales o
conferencias de escritores de Madrid a los que asistían muy pocas personas. Un
Toledo de barrios bien demarcados, de clases sociales bien definidas,  de palacios vacíos y posadas cervantinas, de
conventos, iglesias, parroquias y catedral de lujo con cardenal primado y sus
cartas pastorales, obispo auxiliar, canónigos, párrocos y coadjutores, con sonido
de campanas tocando a misa de ocho, de nueve, de diez y de doce los domingos,
doblando a muerto y repicando a gloria en una mañana luminosa de Sábado Santo.
Un Toledo de cuarteles, con un Alcázar y con un gobierno civil y otro militar,
de corona de laurel en un monumento a José Antonio, a finales de
noviembre.  Un Toledo de procesiones con
vírgenes vacías por dentro y envueltas por fuera de costosos mantos cubiertos
de medallas, arropadas de oro y plata: muñecas místicas para el pueblo piadoso.
Un Toledo que estaba tan cerca y tan lejos de Madrid que solo tenía una emisora
local de radio que pertenecía a la familia Rato, con largos e interminables
programas de discos dedicados, retransmisión desde la catedral del Santo
Rosario y desde Madrid del diario hablado de Radio Nacional. Un Toledo  sin periódico local, solamente con páginas
especiales dentro de algunos periódicos de Madrid. Un Toledo con un Instituto
de Enseñanza Media que era un viejo palacio al que los chicos íbamos por la
mañana y las chicas por la tarde, y algunos estudiantes dejaban notas
amorosamente incendiadas que escondían en los pupitres para que las chicas las
leyeran. Un Toledo en donde los domingos, la máxima diversión, era subir y
bajar durante tres horas por la calle Ancha, desde la calle Hombre de palo
hasta Zocodover, allí dar la vuelta a la plaza y bajar de nuevo, tomarse un
cubalibre o un chato de vino y volver el lunes al trabajo o al colegio, a la
monotonía provinciana. Un Toledo con la presencia del doctor Gregorio Marañón,
enfundado en su capa española, un monárquico, republicano, franquista y
católico comulgando en misa de doce en la iglesia de Santo Tomé y comprando a
la salida mazapán en la Confitería del mismo nombre. Un Toledo con la impronta
de Garcilaso, Lázaro de Tormes, Cervantes, El Greco, Juanelo Turriano, Pérez
Galdós, Urabayen… Un Toledo sin sirenas de policías, sin huelgas, sin
manifestaciones, sin bombas, una ciudad azoriniana, un poco viviendo de las
rentas, empezando a despertarse con el turismo, la libertad de las turistas de
minifalda y pechos sin sostenes, de la marihuana, las pintadas en algunas
fachadas, la llegada de la música de los Beatles, la creación de un polígono
industrial, un Toledo de derechas, capital de Castilla-La Mancha, con partidos
políticos, con robos, con libertad…Un Toledo desbordado de mi historia que no
puedo asociar a nuestra historia porque tú no estabas conmigo. Un Toledo que
fue mi primer amor y del que me enamoré como más tarde me enamoraría de ti,
siendo tú mi ciudad para siempre. 
          ¡Oh pasión de mi vida, poesía desnuda, mía para siempre!

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