Cuadernos de Humo

Del diario

22-01-21.- Salimos de casa y el portero es italiano, el chofer de Uber, hispano y un cartero al que preguntamos por una dirección, chino. Uno va a un ambulatorio de Toledo o de Gijón o de Sevilla o de Badajoz y las recepcionistas le hablan en castellano. No en Brooklyn. Esta mañana hemos ido a que vacunaran al Jefe a un barrio de “población” rusa y judía y el primer idioma de la recepcionista, la enfermera y la secretaria ha sido el ruso. Había un enfermo que parecía un personaje de Tolstoy, un enfermero preparado para ayudar a Boris Godunov, una anciana de 92 años escapada de Anna Karenina y un viejecito desorientado, sacado de un cuento de Gogol, que repetía incesantemente “spasiva”. Nueva York, ya lo hemos dicho antes, son muchas ciudades dentro de una gran ciudad. Ciudades que son pequeños países con sinagogas, iglesias, hospitales, escuelas y comercios en donde se reza, se cura, se enseña y se compra en su idioma. Y uniendo a la mayoría: el inglés como lengua franca.

Mientras esperaba a que el Jefe acabara (le hicieron estar 15 minutos después de ser vacunado), una señora que hablaba inglés me contó que de niña había sido voluntaria para probar la vacuna de la poliomielitis. Se quejaba que hubieran llamado a su marido para ser vacunado y no a ella. Al escucharla, una de las recepcionistas que también hablaba la lengua franca interviene y aclara que están llamando por edades. “Eso quiere decir que es usted todavía joven”. La mujer sonríe.

Al volver a casa el conductor del Uber llevaba un crucifijo colgado del limpia parabrisas. Por el camino, y al pasar por un barrio judío, un grupo de ortodoxos caminan hacia la sinagoga. Dios está en todas partes y en ninguna. Y así nos va.

 

Leave a Comment

Your email address will not be published. Required fields are marked *