Cuadernos de Humo

Diarios III – Souvirón

EN LOOR DE SANTIDAD: LOS DIARIOS DE SOUVIRÓN.

Diarios III
José María Souvirón
Edición de Javier La Beira y Daniel Ramos López
Málaga, 2020

 

Fue un poeta de vuelo corto, lo mejor de su novela más conocida era el título, escribía en el ABC artículos que Luis Calvo, el director, le publicaba con retraso lo que le irritaba, pensaba que la monarquía era la solución para el futuro de España y no supo sacar provecho de su catolicismo a ultranza como lo hizo su admirado Teilhard de Chardin, Paul Claudel, Charles Péguy e incluso, si me apuran, don José María Pemán. Era un aristócrata socialista con una mirada de falsa beatitud hacia el pueblo. Lo tenía todo para ser un nombre a pie de página, una fotografía con una actriz de moda, una carta de Azorín y pare usted de contar.

Pero nos tenía reservada una grata sorpresa. El precioso legado de sus Diarios. Y es como diarista donde Souvirón nos deja un inolvidable documento con páginas rociadas de gasolina en papel mojado, textos rebosando nostalgia, historias tocadas de una honda melancolía, sentido común, poesía, datos valiosos, silencios muy significativos, apuntes de una sociedad entre la espada y la pared, brochazos de luz tenebrosa de iglesias y confesiones, una poderosa galería de personajes, sobrias descripciones de ciudades y la tristeza casi permanente por su familia chilena y por Málaga.

Cuando Souvirón no esperaba salir del olvido, aparecieron dos profesionales, dos enamorados de Málaga y de lo malagueño, dos amantes de la tradición y de la belleza que lo sacaron del purgatorio y lo ascendieron al paraíso, donde sin duda estará sentado a la diestra de Dios Padre, feliz y dichoso, viendo cómo su puesto en la literatura diarística está asegurado.

(Si hubiera espacio sería buen momento para cantar las virtudes de los diarios, tan poco apreciadas en España hasta hace poco, y de valorar su historia en Europa y USA empezando por nombre básicos como Pepys en Inglaterra, Henry David Thoreau, Ralph Waldo Emerson, Washington Irving o Schuler en USA. Pero este es otro cantar).

Javier La Beira y Daniel Ramos López son los ángeles (a veces demonios porque en toda buena  edición tiene que haber algo de maldad), los editores de los diarios de Souvirón. Han publicado hasta la fecha tres Diarios. Este que comentamos es el III y abarca los cuadernos VII y VIII. Uno siempre ha puesto en tela de juicio esas ediciones de lujo, innecesarias y de adorno, que organismos oficiales patrocinan más para su propio beneficio que para el de la cultura. En este caso uno no tiene nada más que palabras de elogio al Centro de la Generación del 27, la Diputación de Málaga y Fundación Unicaja por su patronazgo.

El resultado, ya constatado en los dos volúmenes anteriores, es uno de los libros más meritorios que se editan en España, donde se resucita a un muerto, se ilumina una época oscura; es un documento social, una colmena de datos, miradas, reflexiones, desdoblamientos, nombres, fechas. Es un retablo de una catedral franquista imbuido por la personalidad, la visión, la mala leche, la venda del catolicismo a ultranza del diarista, que, a pesar de su dilema moral, de su falta de equilibrio político y religioso, sus a veces agresivas divagaciones, hacen de estos Diarios uno de los libros, no solamente mejor editados en España, sino un documento que interesa a tirios y a troyanos. A unos porque vivieron la época, que parece lejana y como soñada, y les devuelve parte de lo robado y lo olvidado, a los otros porque se creen portadores de una nueva manera de pensar y de enfrentarse con la vida y olvidan todo lo que hay detrás de esos años oscuros del franquismo.

Para los que éramos jóvenes “rebeldes” (dentro de un orden) hay nombres, algunos olvidados, que tuvieron una historia, algunos de ruptura con el régimen, otros de adhesión, que al recordarlos le traen a uno parte de su juventud provinciana y comprometida: Joaquín Achúcarro, Fernando Chueca, Anson, Ridruejo, González-Ruano, Marañón… Y también las ausencias poéticas, tan obvias frente a la hartura de los Paneros y Rosales, de Alberti, Salinas, una mención a “el muy listo de Cernuda”, Dalí…

Estos diarios le traen a uno el pasado y se le encoge el corazón y se le achica la respiración cuando lee sobre el famoso artículo que Blas Piñar escribió en la tercera página de ABC (y que mi padre recortó y nos hizo leer a los hijos mayores) arremetiendo contra los Estados Unidos. “Más que un artículo es un treno, es una letanía, un pliego de cargos y un conjunto de injurias”. O cuando habla de unas declaraciones que Vicente Alexandre hizo a una revista mexicana “en las que se declara víctima del régimen español, sometido a censura y casi perseguido. Es repelente. Vive, ha vivido siempre, con rojos y azules y marrones como un burgués redomado, impávido, cuidando su cuerpo, sin trabajar, rodeado de pelotilleros y admiradores”. Y con el Premio Nobel, añado yo. A otro Premio Nobel tampoco le cae bien, uno pensaría que era “santa envidia”. Me refiero a Cela. Cuenta que a Torrente Ballester, que firmó una carta pidiendo libertad de información sobre las huelgas que se produjeron en julio del 62, le “han fastidiado… quitándole casi los medios de vivir”, y le dijo que no sólo a él le habían perseguido, que también a Cela, “hasta el punto de no dejar entrar a la gente a un ciclo de conferencias”. El santo varón escribe: “Porque la gente no ha ido a esas conferencias porque está cansada de Camilo y del camilismo y del camelismo, y de Cela y del celismo, y porque ya está bien de “reclame” camilista y de camelocela, y del son que le tocan y de armadans jaleos personalistas y de todo el “follareo” que se trae el pelmazo de Camilo”. Después de esto se iría a confesar con el “querido Padre Doria (excelente sacerdote, buen amigo)”.

Uno agradece a La Beira y a Ramos (y a los organismos patrocinadores) la impagable labor que están haciendo al publicar estos diarios de Souvirón que se leen como una novela, se sienten como un tratado de historia, nos recuerdan nombres de uno y del otro bando, enriquecen el campo visual de la memoria histórica y, a pesar de todo, elevan a los cielos, no todavía en loor de santidad, que todo se andará, a don José María Souvirón.

 

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