Cuadernos de Humo

La nave roja

El agua desbordada de una ausencia: La nave roja de Trinidad Gan.

Trinidad Gan
La nave roja
Colección JUANCABALLOS de Poesía, 2020

En el trato diario es difícil encontrar personas auténticas, que te dejen una huella, que quieras volver a estar con ellas, que desees su mirada, su voz, que vivas sin vivir en ti, que te duela su silencio y su ausencia. Esas ansias podríamos llamarlas amor, amistad, misticismo, lujuria, sexo. Cuando encuentras algo así sabes que has encontrado lo que, sin perderlo, lo has encontrado. Pasa lo mismo con la poesía meditada y necesaria.

La nave roja, editado en la Colección JuanCaballos de Poesía, es un libro de hermosa apariencia, sobria portada y edición impecable, limpia ilustración, asequible, manejable, cercano. Uno se apresura a agradecer a Juan Vida, el responsable tanto del dibujo como de la edición. Abres el libro como se abre una aventura, entras, comienza el conocimiento y sientes, como lo sentía Dickinson, que te arde el cerebro y tienes ardiendo el corazón. Y lees:

Es hora de partir
y llevas esta herida de equipaje.

Miras la larga orilla.
Escucha de nuevo el escándalo
de los pájaros del alba,
los pasos con que se persiguen
los días del futuro 
-más cerca cada vez-
en el corredor de los años,
los tambores de la ciudad
sobre la piel de aquellas noches...

Y sabes que has encontrado el camino, que vas a navegar con la herida del equipaje escuchando a los pájaros del alba y a los tambores de la ciudad. Navegar en una nave roja.

La nave roja es la continuación y el cierre de la trilogía compuesta por Caja de fotos y Fin de fuga que Trinidad Gan (Granada, 1960) comenzó con la plaqueta “Las señales del pirata”. Estos trabajos suponen veinte años de poemas, pero “sobre todo, de los años de vida, de la observación detenida y la experiencia acumulada en torno al tema más universal de nuestra poesía: el amor…”. Trinidad Gan, poeta importante en el panorama poético español, ha sido premiada en distintos concursos de poesía y tiene parte de su obra antologada en Receta para el fuego.

Estamos pues ante un libro de amor, ¿o sería mejor decir, de desamor? Un libro de altura, donde la palabra quema, crece, cobra hondos significados y construye no solo un viaje de partida, un itinerario de recuerdos, sino también un libro sobresaliente sobre un tema difícil de guardar el equilibrio necesario para no caer en el tópico. Poesía en apariencia de ideas, fría, donde parece predominar la envoltura “intelectual”, a veces casi “metafísica” (uso estos dos adjetivos entre comillas) el sustrato que mantiene al libro es de una contenida emoción, una lejana proximidad, un sentimiento ardiendo en campos nevados por el recuerdo.

Uno se detiene en la poderosa mirada de la poeta, que es como una cuchilla de terciopelo que pasa sobre las cosas (que es lo que debería ser la poesía) hermoseando lo que ve, creando imágenes, escalones que nos hacen subir cada vez más alto. ¿Cómo no sentir emoción, fuego, alegría al leer versos, de uno de mis poemas preferidos del libro, como los que siguen?

Mi MIRADA encendida
contempla abarrotados anaqueles
-limón, vasos volcados, perfiles de botellas-
donde ofrece la noche su piel de desenfreno.
Casi tocan mis manos
los párpados mecánicos de una luz cambiante
en que ciudades, cuerpos, desafiantes rostros
salen de la pantalla fingiendo ser relámpago.
Pero ocurre la música,
su red de telaraña, su textura innegable
de color y de pliegue.
Pero avanzan las voces
y el huracán avienta su ceniza.
Lejos sucede el trueno,
-sus manos ya en mi cuerpo, cercano terremoto,
convocan la nostalgia de otros brazos-.

El libro tiene cuatro niveles, un poema de apertura: “Fragmento de la madrugada”, la primera parte “Del amor, del deseo (mosaico), la segunda, “Los sueños de la ahogada” y un poema largo con el que cierra el libro titulado “Relojes rotos”.

Otro de los poemas preferidos es el titulado “Sabías que la vida era un juego”. Es un poema elegía, un poderoso testimonio de la casa, de las cosas con vida, del tiempo que fue, del tiempo que es.

Que sin él se volvían los años territorio,
inerte y recordar, un acto doloroso.
Por eso tú jugabas en el claro de luna,
junto al mar, las montañas,
en las casas sonoras con trajín de cocinas,
tinajas, ruidos del agua
-recuerdos de tu madre barajados
con el cuidado justo de cartas de cristal-. 

...Por eso ahora que me faltas,
pediría a la muerte un deseo sencillo:
ser como cangilones de una noria,
eternamente el uno tras el otro,
pasándonos el agua al desbordarnos.

Rojo y gris, pasión y rescoldo. Memoria y el recuerdo de esa hoguera que Trinidad Gan nos deja en una nave roja que se va a hacer a la mar con el agua desbordada de una ausencia.

2 thoughts on “La nave roja”

  1. Hermosa sorpresa de lunes, querido Hilario. Me tienes emocionada con esta precisa y hermosa mirada hacia mi libro. Mil gracias y muchos abrazos!

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