Francisco Díaz de Castro
Vamos a perdernos
Fundación José Manuel Lara, 2020
Un repentino frío en lo más hondo
A uno el título del libro le suena a un mandato cordial, una expresión cuya traducción resulta espinosa. Algunos poemas también tienen la musicalidad y cadencia de una música fundamentalmente “americana”, música que dará al libro una voz (y un sonido) especial. Recordemos que el “Vamos a perdernos”, título del libro de Francisco Díaz de Castro, es también el título de la canción “Let´s get lost” de Chet Baker y de un documental sobre la vida del famoso trompetista de jazz.
El libro lleva, a manera de epígrafe inicial, el título en inglés de la famosa canción de Baker: guiño más que significativo para entender mucho mejor parte de la temática de los poemas. Este es el comienzo de la canción: Vamos a perdernos / a perdernos en nuestros propios brazos / vamos a perdernos / que ellos suenen las alarmas…” (Let’s get lost / Lost in each other’s arms / Let’s get lost / Let them send out alarms…).
“Vamos a perdernos” es un ciclo de conciertos de jazz, la crónica de una sociedad, un libro que capta sonidos que van más allá de la anécdota, fija el desatino del paso del tiempo y refuerza la estructura poética con la presencia, aparte de la música, de la pintura, la fotografía, la historia y una honda melancolía de una época en la vida americana donde las miradas estaban nubladas de humo, los labios de güisqui y el alma con sonidos y voces inolvidables. El libro, que es también un álbum de fotografías, disciplina querida de Díaz de Castro, comienza con un poema “fotográfico” y el penúltimo poema es un saludo optimista al mar, titulado “Buenos días, mar”. “Fotografío / cómo se desmorona sobre la arena negra / la frágil piedra blanca que pisamos…”. El poema aparte, de una carta de presentación de la postura vital y estética del poeta, es un mapa geográfico y “marino”: “Cabo de Gata”, que bien pudiera ser una poética de Díaz de Castro.
Si la música de jazz es parte de “Vamos a perdernos” también lo es la mirada oriental, con poemas breves, la presencia de poemas de hechura europea y algunos tocados por el estilo de varios poetas americanos. Poemas en blanco y negro, empapados de brisa sureña, poemas luminosos, oscuros, geográficos y llenos de lluvia. Poemas autobiográficos que dejan fuego en el cerebro y nieve en el corazón. Poemas ajustados, cada palabra un mundo, cada verso un descubrimiento, cada poema un universo, como en este que nos parece uno de los mejores del libro.
Otra melancolía
A los setenta años no hace falta
ni espejos repentinos
ni conservar cartas de amor
ni esa otra lucidez de la ginebra:
pesan mucho los muertos que uno arrastra,
la madre, una mujer, tantos amigos.
Uno siente sus voces en los sueños,
cuando sueña una música de jazz
o cuando se tropieza con sus fotografías
o la dedicatoria de un libro de poemas.
Están muertos y aún vive su calor en el pecho.
Un calor que compensa las negras certidumbres
y la veloz zancada de los días.
Y, sin embargo,
lo que duele y amarga como el vino más triste
es un latir lejano, persistente,
un desaliento áspero,
un repentino frio en los más hondo,
una melancolía diferente:
el recuerdo de vivos que queríamos,
de vivos que se han muerto
en nuestro corazón.
Si reparamos en la nómina de nombres que aparecen en el libro veremos que “Vamos a perdernos” es más un libro de encuentros que de pérdidas, más de canonización de un santoral en la religión del poeta que una lista de nombres famosos, una piedra de Rosetta donde en el jeroglífico de la nostalgia encontramos el verdadero sentido de una época. Nombres que, vistos ahora, después de tantos años y con una perspectiva poética pueden parecernos glamorosos, pero en su época fueron víctimas de la discriminación. Este libro, que parece escrito por un poeta americano, reivindica, aparte de valores un periodo de la historia de USA, el reconocimiento de nombres como Leonard Cohen, Ben Webster, Louis Armstrong, Charles Mingus, Duke Ellington, Monk, Coltrane…
“Vamos a perdernos” es un libro desnudo, con esa desnudez de “Susana apenas”, una memoria de lugares y de nombres ya idos, un aviso de la fragilidad de la vida, una fotografía con tiempo amarillo del Nueva York del Chelsea Hotel (“We are ugly but we have the music”) y un aviso de que “hermoso es lo que fue, contra la muerte”.
Vamos a perdernos
Vamos a perdernos tú y yo
en este río de los besos.
Dame la mano
en medio de la bruma.
Perdámonos los dos
en los abrazos de estos días nuestros
por más que nos critiquen,
por más que la naturaleza
del frío nos aceche
como una niebla verde y pegajosa.
Aunque suenen los timbres, los teléfonos,
y sepamos del tiempo y del olvido,
vamos a desaparecer de aquí.
Por la música, por el mar,
por la luz y por nuestra noches,
por todo lo que acabo de contarte,
por todas esas cosas que tú y yo ya sabemos,
que suene esta canción alegre, sí.
Y vamos a perdernos para siempre.
Un análisis magistral querido Hilario
Muchas gracias amigo Victor. Un abrazo
Muchas gracias, querido Hilario. Una reseña generosa y también muy sugerente para mí.
Gracias a ti! Hay poemas que queman. Abrazos