Cuadernos de Humo

Gigantes y cabezudos

03-12-21.- Hay días que tienen vísperas, como aquellos que anunciaban alguna fiesta en que los gigantes y cabezudos llegaban hasta el barrio y yo me escondía aterrorizado debajo de la cama. Más que a los golpes con la vejiga inflada de los cabezudos, que no hacían daño sino ruido, el miedo era a la mirada trágica de cartón piedra del “monstruo” y a la violencia festiva y programada. Ayer presentamos en la bóveda virtual de Zoom “Leer la vida. Los diarios de José Luis García Martín”: hora y media de elogios repartidos entre participantes con pajarita y camisas de poliéster, barbas progres, pelados al cero, lamentos de una ciudad tomada, sin contenedores y con el “paseo” tapiado, buenas intenciones, divertidos (e interesantes) descubrimientos casuísticos y asistentes que desaparecían de la pantalla y reaparecían. No sabe uno si era por aburrimiento, para ir al cuarto de baño o por darse un lingotazo de güisqui. Cerró el acto el homenajeado que pasó, como uno de esos cabezudos de las fiestas de mi ciudad, repartiendo zurriagazos a diestra y siniestra y haciendo a más de uno esconderse debajo de la cama. Desinflada la vejiga, que se llevó parte del esfuerzo de algunos, el homenajeado tuvo un momento para dar las gracias.

Y después de la presentación, que con tanto mimo se hizo, llegó la noche que cerró la bóveda virtual.

Y la luz, que no entiende de pajaritas o de diarios fechados de una u otra manera, volvió al día siguiente y dio vida a la rama desnuda del árbol, al montón de nieve que ya es carbón, al canto del pájaro que ha empezado a avisar del nuevo día. Y uno abre la puerta de la terraza pensando que ya es tiempo de primavera pero sabiendo que todavía puede nevar y le llega el perfume de la luz que huele a humo de hoguera de leña verde.

Comienza el día, como en las fiestas de su ciudad, con cohetes y pasacalles que le despiertan a uno, le alegran el día. Le avisan que Álvaro Valverde ha escrito una reseña de “Adiós, Toledo” y uno olvida que la pajarita se haya quedado sin alas. Y copia, en el cuaderno de la gratitud, el último párrafo que le hace feliz. “No puedo dejar atrás algo muy importante: el lenguaje. No es sólo lo que cuenta Barrero, sino cómo lo hace, con qué palabras y en qué tono. Porque por encima de la autobiografía brilla la literatura, verdadera razón de ser de “nuestro poeta en Nueva York”.

Más tarde presentamos en la SER Castilla-La Mancha “Adiós, Toledo” con ayuda de María José Muñoz, que escribió la nota final al libro. Y salimos al parque en el primer día de primavera, todavía invierno en el césped pero fuego en la pradera con hogueras de cuerpos empezando a florecer y que el verano quemará.

Y aunque el dolor de espalda haya subido de nivel la taladradora y casi no le deje a uno respirar, aunque nuestra amiga Susana se lamente de lo precario de la vida en su país, aunque la vecina irlandesa tenga que ir al hospital a ser intervenida y este año no podrá celebrar su famosa fiesta de San Patricio y aunque tú te sientas cada vez más cansado y te quedes en casa y me regañes cuando te digo que “lo tuyo es cosa del coco”, sabes que eres como la sombra del toldo de la fiesta de mi ciudad, el olor a tomillo y a incienso, el primer y el ultimo cohete que abre la mañana y cierra la noche.

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