José Luna Borge (1952) es poeta, diarista y ensayista y maneja la prosa y la poesía con tiento y seguridad. A lo largo de su carrera ha publicado cinco libros de poesía, varios de ensayo, cinco entregas de su diario y ahora nos sorprende gratamente con Y una tarde cualquiera esparces mis cenizas en el mar: título largo para una historia donde seguimos la vida y muerte de Santiago Fonseca Celada a través de la infancia en el pueblo, del ansia de fuga, de tener “prisa por quemar el tiempo”, “a desaparecer en busca de algo que nunca alcanzó a definir ni a saber”. Y de esta huida, que le hace salir del pueblo y viajar a la Barcelona de los 40 y 50, al encuentro con la muerte. Esperándola en una residencia de desahuciados, antes de llegar su hermano, como hacía en otras ocasiones, a pasar unos días, los últimos, con él.
La novela, editada por Eolas ediciones, está cimentada en una firme estructura, con un sólido basamento, un libro escrito sin prisa, con tiempo, y con una visión de la Barcelona de la época rica en detalles, melancolías y recuerdos que para los que amamos la ciudad hace que esta abundancia de descripciones enriquezca el argumento. Es un trabajo de investigación, con estilo y personalidad.
Una de las virtudes de la novela, desde el punto de vista narrativo, es el estilo que predomina a lo largo de la obra. Hay una corriente de ternura que te acompaña y te llena de un hondo sentimiento de soledad, de lástima por la vida de Santiago. Surge el recuerdo de la niñez, la presencia de la madre, el abuelo Tomás, Paco, el amigo, inmigrante andaluz que por sí solo ya tiene otra novela encima de su vida.
La figura del hermano transcurre entre el pueblo y las injusticias y miserias de aquella Barcelona paraíso de obreros en busca de la tierra prometida. Santiago es una especie de bohemio que se aleja voluntariamente de la familia y del pueblo y que lleva una vida de trabajo, pero también de bohemia. Es esta dualidad la que nos llama la atención. No hace falta ser un artista para ser bohemio, cualquiera puede serlo y, casi siempre, llegar al mismo final, el olvido y la sospecha de haber vivido una vida inútil.
La novela dibuja muy bien una clase social, una época en la historia de Barcelona, y sobre todo las desavenencias y rupturas familiares que se ocasionan por culpa de herencias. El final decepciona un poco porque no se respeta la última voluntad del difunto, las cenizas no son arrojadas al mar desde una “golondrina”, como él deseaba, sino que se dejan a disposición de un tercer hermano que, a última hora aparece para dictar órdenes y disposiciones.
La narración es espléndida. Uno aprecia que la voz narrativa sea la voz de un poeta y haya párrafos meticulosamente escritos, llenos de calidad humana y literaria. Y una tarde cualquiera esparces mis cenizas en el mar, nos deja un sabor a tiempo pasado, a olor a mar, a miseria, a vida descarnada, a abusos e injusticias y a la gloria de que el protagonista sea un perdedor. Nos recuerda a una novela de las de “antes”, rica en descripciones modélicas, luz y sombras, personajes finamente dibujados y brillantes y profundas observaciones.