17-06.21.- Llevamos en el edificio 43 años. Primero vivimos en piso undécimo, como ya he contado, con una enorme habitación en forma de ele mayúscula con grandes ventanas que daban a una calle con típicos brownstones de Brooklyn con sus jardines interiores. En la parte corta de la ele teníamos la alcoba en donde durmió mi madre y parte de mi familia. A lo lejos una plaza con árboles, el majestuoso edificio del Museo y una iglesia con dos torres. A veces, cuando el aire era propicio, escuchábamos las campanadas del ángelus. Como novedad tenía tres closets, esos armarios empotrados donde cabe de todo. Si hubiéramos tenido 4 hubieran estado llenos como estaban los otros tres. Y así fue: un vecina que se dedicaba a vender apartamentos, que iba a trabajar en bicicleta y era la amante de un famoso juez, vino a vernos un día y nos habló del “604” como si fuera una persona. Tiene esto y lo otro, está en un estado impecable, jamás podrán edificar delante porque es tierra de todos, la señora que lo vende se ha ido a vivir a Manhattan y quiere deshacerse cuanto antes de él y, sobre todo, tiene un terraza desde donde se ve la ciudad por un lado, por otro la entrada a Prospect Park y por otro el edificio de la Biblioteca. Un mirlo blanco.
Después de vivir veinte años en el 1101 nos mudamos al 604. Desde aquí hemos visto caer nieves, crecer el amor, pasar airadas manifestaciones, escuchado al amanecer el canto de los pájaros y en la hondura de la noche, helicópteros rodeando la zona, ambulancias y coches de policía con las sirenas aullantes. Se han secado rosas que parecía que durarían toda una vida y por las noches arropamos la brasa para que no se muera: ceniza santa. Han nacido niños que ahora están casados, hemos perdido a gente que queríamos: Frank, el irlandés de ojos azules, católico, que se murió cuando aún no había cumplido los 50. Al final, cuando ya había agotado todos los trucos para espantar a la muerte, dudó de su fe, que era una roca, y no quiso saber nada ni con el cura ni con Dios y se murió enfadado. Perdimos a Estelle, que muchos de los lectores de los diarios recuerdan. Un personaje que contaba que el día más feliz de su vida fue cuando la llevaron presa por manifestarse contra la Guerra de Vietnam y su foto salió en The New York Times. Perdimos a Steve, el jardinero mayor del Botánico con un doctorado, que dibujaba para The New York Times ilustraciones para artículos sobre botánica; un árbol en el jardín del pórtico de la iglesia de San Agustín recuerda su vida y obra. Perdimos a Carl, el portero que era como familia y casi había nacido siendo portero. Y también perdimos, y tú lo recuerdas a menudo, a Pepe, el schnauzer que cuando se quedaba en casa me tiraba de madrugada de la sábana para que lo sacara al parque.
Un edificio con ciento y pico de apartamentos es como una pequeña ciudad, una colmena donde hay de todo: abejas que dan miel, abejas que pican, abejas que te dejan el aguijón venenoso y muchos perros. Muchos. Casi todo el mundo tiene un perro o una orquídea. Ya vamos quedando menos de los “de antes”. Hoy hemos comido con mi antigua jefa de departamento y me ha comentado que algunos de nuestros compañeros se han jubilado o se han muerto me dice: “They are shooting the regiment”.
Somos, en 604, unos privilegiados. En el 603 vive una familia con dos hijos, a los que vimos nacer, que nos trae de vez en cuando dulces y durante la pandemia fueron a comprar para nosotros. Tres apartamentos casi nunca tienen a nadie. El otro día cuando estábamos esperando un Uber para ir a comer a Manhattan vimos salir al vecino del 609 que iba acompañado por una enfermera y llevaba un balón de oxígeno. A pesar de que nos veíamos a menudo, casi nunca nos saludaba. Vivía solo y era muy reservado. Le costó trabajo llegar hasta el coche: era una sombra de huesos, pálido y encorvado. He pensado en él. Y he pensado en una compañera de la Universidad con la que a veces coincidíamos en el ascensor y en las fiestas de San Patricio. Nos enteramos de que después de muchos años de vivir en el edificio se va a una residencia de ancianos. Lo dicho, están fusilando al regimiento en una guerra que hemos perdido. Algunos ya estamos en primera fila.
Ay, a veces me pones triste. Tendremos que ir pensando en el último deseo. Confieso que yo ya tengo pensado el mío.
Un abrazo.
Muchas gracias querida Pepi. A ti aún te queda. Una vez pasados los setenta empiezan los achaques.
Muchas gracias querida Pepi. A ti aún te queda. Una vez pasados los setenta empiezan los achaques.
Felicidades Hilario, ha sido un suspiro.
Muchas gracias Elias. Un abrazo. Feliz fin de semana.