Si en su primer libro, Antolejía, daba la vuelta a lo que no tiene vuelta, se adentraba en la boca de lobo más oscura y apestosa, en París, 13, la poeta intenta, en ocasiones, volver a su forma original a lo que había dado la vuelta. Entonces era una Penélope de andar por la casa de la soledad, que tejía y destejía, en largas noches de espera, el ácido tapiz de la ausencia amorosa. Escuchaba a lo lejos el sonido de un barco que se acercaba a su Ítaca, pero los vientos parecían no ser favorables.
Si Antolejia era un libro irreverente, a veces navaja, a veces disparo, siempre sal en la herida, vinagre en la rosa, espina oxidada en el jardín de la belleza, París, 13 es un canto en el camino de la vida y un susto en el camino de la muerte, la mirada de la poeta cegada por una oscuridad más clara, sintiendo lo que dicen es amor. El amor lo cambia todo: da hilos para terminar el tapiz, hace que la noche sea corta, cuando debería ser eterna:
Contigo soy
esa incierta hora de la madrugada
en la que la sombra resiente en vano,
soy el temblor de la tierra adormecida
que presiente la llegada del alba.
El amor, no sabe uno si para bien o para mal, derrama otro tipo de lejía en el cuarto de baño del olvido, borra el tiempo en que
En el súper
cargo las bolsas
…
que compro solo porque
en el pasillo del material escolar
un golpe de tristeza me ha recordado
mirando un transportador de ángulos
ya ves tú
que no puedo teneros.
Paris, 13 son dos libros en uno: In morte e In vita, un antes y un ahora, y también un después. Sabe la poeta que “igual que nos unieron, / acabarán con todo; / que a pesar de lo que siento, / tal vez un día pase a engrosar / tu lista de naufragios; / que, la vida, en fin, siempre juega en nuestra contra…”. Solo por leer poemas como “Votos”, “Espera”, “Cómo” o “Una” vale la pena la mudanza. Poesía en estado impuro.
Si en Antolejía se entraba en un laberinto acosado por bocanadas de fuego de dragones castrados y uno no encontraba la salida, si se encontraba con la cama deshecha de hielo, olor a tristeza de arrabal, una entrada para el cine, el solitario paseo con café, en París, 13 el lecho está deshecho por un fuego, la poeta se revuelve nerviosa “cuando me miras / e intento zafarme de tu abrazo / y te doy, sin querer, un rodillazo en los huevos”.
Si en Antolejía la poesía era del yo y del tú, en París, 13 es el del nosotros. El estilo queda, en este caso para bien: sigue en pie el aire y el léxico barriobajeros que chocan con una cultura de altos vuelos, lo cotidiano que vivifica, que hace que cada poema sea una sorpresa, que libere a la poesía de gestos y oropeles y le quite el corsé de lo oscuro.
Poesía es esperanza y es haber vivido en París, 13 y haberse mudado a otro lugar. Sigue el olor a lejía, pero ahora han aparecido otros olores.
Si los poemas de Antolejía llevaban un subtítulo provocativo y se nos recomendaba leerlos en el váter, estos de Paris, 13 habría que leerlos en una cama revuelta y ardiendo.
Sigue la voz poética dando la cara, te mira a los ojos, te desafía y sabes que estás en terreno enemigo, pero ahora, en París, 13, la cara que te mira y te conmueve y te emociona es el rostro del corazón.