Cuadernos de Humo

Tres voces y un ladrido.

1.- Se ha muerto Tami cuando estaba a punto de cumplir 100 años de edad perruna. Tami había sido criada para ser un lazarillo para necesitados de ayuda. Pero no pasó la prueba final y fue adoptada por una pareja amante de los perros. Tami creció al mismo tiempo que la hija del matrimonio y compartió penas y alegrías, bautizos y funerales, restauración del parqué que Tami se encargaba de arañar. Tami era un labrador y como todos los de su raza era inteligente, amable, ágil, cariñosa y siempre se podía confiar en ella. Tami era un abrazo amarillo, un revuelo color canela, una sombra sonora, una presencia cálida, saliva perfumada, un trote alegre por el pasillo, una estatua medieval a los pies del sepulcro de la noche.
Tami conoció a mi madre, intuía la sombra que acompañó durante toda su vida a un familiar, saludó a doña Ana Ozores, miraba con respeto al Greco, ganó indulgencias de sol y viento al hacer el Camino de Santiago, se bañó en aguas del Sur y supo del escándalo de la nieve en sus pezuñas. Te conoció a ti, el hombre que tuvo siete perros. Cuando entrabas, después de tiempo sin verte, te abrazaba como el padre abraza al hijo pródigo. Hasta hacerte llorar de gozo.

2.- Tuve muchos perros pero, de los que recuerdo, primero uno que se llamaba Pirino y que había sido el perro del padrino de mi hermana y de su mujer, después tuvimos una pareja que se llamaban Minucia y Bolo, que tuvieron dos camadas y de una de ellas salió un perro con la cabeza deformada a quien le llamamos Cayuco y era muy burro, el pobrecito. Después tuvimos a León y a Popi y a otros de los que no recuerdo el nombre. Mi padre decía que Minucia y Bolo formaban un equipo perfecto para cazar ratas porque ella metía las patitas debajo de las neveras del bar y las espantaba y él estaba esperándolas a que salieran para darles la dentellada y matarlas. Minucia vivía en mi casa y Bolo vivía en el bar adyacente y si algún día la dejábamos encerrada en la casa, cosa que no ocurría con frecuencia, para vengarse se meaba en la cama de mis padres, pero siempre en el lado donde dormía mi madre, a la que hacía responsable del encerramiento.

3.- Luego, tú y yo, en Barcelona, cuando nos mudamos juntos y comenzábamos una aventura que ha durado 50 años, tuvimos a Siete: un pastor alemán que nos destrozó los muebles alquilados, hizo trizas el sillón donde tú descansabas y tenía al vecindario asustado: era un trueno de fuego y esplendor, unos ojos navajas y un dulce ronroneo cuando lo abrazabas. Siete crecía y tuvimos que pedir a mi padre si lo podía tener en la finca donde sería feliz. Y un día se fue. Siete era el recordatorio de una fecha, es, ahora, el recordatorio de un tiempo irrepetible y notable, cuando la luz fría de la madrugada entraba por la ventana y nos traía el balido de los corderos que iban al matadero.
Pero siempre se acordaba de nosotros. Más de ti que de mí. La finca está a varios kilómetros de la casa de mi madre, cuando llegábamos mi padre sabía que estábamos en Toledo: Siete iba al portón de entrada y no se movía hasta que no llegábamos. Vernos era una fiesta. Tanto como el día que nos volvimos a ver tú y yo después de estar tres años separados.
Siete se cayó a la piscina que estaba a medio llenar, no pudo salir y las aguas lo sepultaron.

6 thoughts on “Tres voces y un ladrido.”

  1. Pepi Bobis Reinoso

    Desayuno leyendo tramos de vida que siempre me hacen pensar.
    Palabras escritas y leídas que hermosean el ahora.
    Un abrazo.

  2. Pues que somos del mismo club, “Amores perrunos”. En mi casa siempre hubo perros. La primera que recuerdo era una perrita llamada Lily. El último perro en casa de madre será Skipy. Ya tiene 20 años, 140 de perro. No quiero ni pensar en su marcha.
    El texto es precioso. Cómo siempre.

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