Umbral lo tenía mejor cuando iba a comprar el pan: a veces de encontraba con Pitita Ridruejo. Yo iba al dentista en el metro a primera hora de la mañana, aún sin desayunar y me encuentro una moto en el vagón aparcada y encadenada a uno de los asientos. (¿Dónde anda el rastro de Umbral? ¿En qué banco está amarrado su olvido?) Y de Umbral, sin saber muy bien porqué, he pensando en el romance de Góngora: “Amarrado al duro banco…” que he vuelto a leer y a emocionarme el talento del poeta y la magia de la poesía. En este caso el prisionero dormía plácidamente en otro banco y no esperaba a ningún barco que viniera a rescatarlo. Volver a los clásicos es volver a la vida. Un romance que invita a la esperanza.
Amarrado al duro banco
de una galera turquesca,
ambas manos en el remo
y ambos ojos en la tierra,
un forzado de Dragut
en la playa de Marbella
se quejaba al ronco son
del remo y de la cadena:
«¡Oh sagrado mar de España,
famosa playa serena,
teatro donde se han hecho
cien mil navales tragedias!,
pues eres tú el mismo mar
que con tus crecientes besas
las murallas de mi patria,
coronadas y soberbias,
tráeme nuevas de mi esposa,
y dime si han sido ciertas
las lágrimas y suspiros
que me dice por sus letras;
porque si es verdad que llora
mi cautiverio en tu arena,
bien puedes al mar del Sur
vencer en lucientes perlas.
Dame ya, sagrado mar,
a mis demandas respuesta,
que bien puedes, si es verdad
que las aguas tienen lengua,
pero, pues no me respondes,
sin duda alguna que es muerta,
aunque no lo debe ser,
pues que vivo yo en su ausencia.
¡Pues he vivido diez años
sin libertad y sin ella,
siempre al remo condenado
a nadie matarán penas!”
En esto se descubrieron
de la Religión seis velas,
y el cómitre mandó usar
al forzado de su fuerza.