Todavía la zona estaba acordonada y todavía salía humo de las ruinas de las Torres Gemelas. El aire olía a muerte, azufre y goma quemada. El barrio era una herida por la que era difícil respirar. La universidad en donde trabajaba, que estaba junto a las Torres Gemelas y sirvió de enfermería y refugio para bomberos y policías, abrió después de unos meses. Llegamos como quien llega a un día de niebla y lluvia: la tiza estaba húmeda y en el encerado la noche era más intensa. Dolía tanto cuerpo achicharrado, roto, tanta oscuridad en las ventanas. Y un día frío y claro apareció en el departamento la luz, la esperanza, el futuro: mi compañera Paquita Suárez-Coalla, con la que compartí despacho por algún tiempo, acababa de ser madre y trajo a su hija, Jacinta, a que la viéramos. Recuerdo que la tuve entre mis brazos por un momento: un temblor envuelto en una toquilla. Su carita y su fragilidad me impresionaron y escribí un poema que, tal vez por el tema, ha tenido fortuna en Facebook. No lo incluí en “Educación nocturna”, pero sí que está en la poesía completa, “Tiempo y deseo”, como un testimonio de una época incierta.
Pensando en Jacinta he escrito a su madre, de la que no sabía desde que me jubilé, preguntándole por aquel temblor envuelto en una toquilla. Y me responde algo que me llena de alegría por muchos motivos: “Claro que me acuerdo de aquel poema que le escribiste a Jacinta cuando apenas tenía unos meses. Me acuerdo perfectamente. Y me encantaría leerlo de nuevo. Pues te cuento que Jacinta acaba de cumplir 20 años y está viviendo en Barcelona, donde empezará a estudiar este curso en la Massana, la Facultad de Arte de la Universidad de Autónoma. Vive en Gracia y está dichosa en esa ciudad tan bonita. Siempre quiso estar en este país”.
Cayeron unas torres, nos quedamos más desamparados de lo que estábamos, subimos escalafones en el trabajo, pensábamos que éramos felices, fuimos perdiendo rostros y nombres, levantaron otra torre, una niña casi recién nacida iba, en los brazos de sus padres, a un lugar de muerte y destrucción: envuelta en una toquilla y rodeada de escombros y cicatrices, era una promesa, el futuro, la respuesta a la soledad y la desolación de aquel tiempo, Jacinta era la esperanza.