Una cosa lleva a otra. Me dices que te has suscrito a “Criterion”, un canal con películas “famosas” restauradas, porque estás harto de Amazon Prime en el que las películas que te gustan las alquilan o las venden. Además que ya te sabes de memoria el contenido de otros canales, como Britbox o Flixolé… a los que estabas suscrito. Así que decides ver “Brief encounter” que está basada en una obra de teatro de Noel Coward (“Still Life”). De la película pasas a la obra y te pones en lista para reservar el libro en la Biblioteca. Cuando vas a recogerlo no está bajo tu nombre, en el anaquel de la N, y tienes que ir a preguntar. Tienes suerte pues te toca una bibliotecaria de las de antes, una señora mayor, la típica bibliotecaria con gafas, de modales suaves, amable, sonriente, de pelo a lo Verónica Lake, blusa de manga larga y falda casi hasta los tobillos. Te pide tu tarjeta de abonado y apunta el número en una tira de papel reciclado, como en otros tiempos, y desaparece. Mientras la bibliotecaria va en busca del libro perdido alguien que te acompaña se entretiene en mirar las estanterías de revistas y periódicos y duda si lo que ve es cierto o lo está soñando: compartiendo cajón con otras series tituladas “El libro semananal” y “El libro vaquero”, varias “novelas” de Marcial Lafuente Estefanía. Uno de pronto duda si está en una de las más importantes bibliotecas de NY o en un club social de Zarzalejos de Arriba y piensa en la dulce bibliotecaria y en lo que la cultura se está convirtiendo y cómo en algunas bibliotecas “esconden” y prohiben las obras de Mark Twain y otros escritores por ser “políticamente incorrectas”.
El acompañante, que nunca leyó nada del señor Lafuente pero que recuerda lo importante que fue en los 50 y 60 se apresura a googlear el nombre del escritor y, aparte de enterarse de que había nacido en Toledo (cosa que ignoraba), supo del pasado republicano del autor, de que estuvo a las puertas de ser fusilado por los franquistas, de haber matado a cerca de 200.000 personajes, de tener un “negro” que le escribía algunas de las novelas y de que está enterrado con su mujer en Arenas de San Pedro, donde vivió sus últimos años y en donde todos le llamaban Don Antonio.
Mientras tanto han empapelado la fachada de la biblioteca con textos de una señora que escribió su primera novela mientras cumplía diez años de condena por fraude y lavado de capitales y con el tiempo se ha convertido en autora de best-sellers de medio pelo. Esto me ha hecho pensar que también don Antonio “se hizo” escritor en el penal de Ocaña, donde escribió su primera novela en papel higiénico (según él). Como decía el acompañante: una cosa lleva a otra.