El humo de la chimenea es como un pino blanco que anunciara tiempo de nieve. Por la cordillera, que sirve de telón de fondo, vuelan sombras de cartón piedra y traen la voz del poeta:
“Among twenty snowy mountains, / The only moving thing / Was the eye of the blackbird.”
Las ventanas de la casa están encendidas y el fuego juega al escondite en los cristales. Hay tres árboles: el de la buena sombra, el naranjo de naranjas amargas y en el que se cobijan los pájaros. Huele a membrillos maduros, lavanda y heno: el perfume de la infancia de uno de los viejos que vive en la casona. El camino sabe su camino y va torcido al mar; lo que no sabe es que va derecho a morir. Un mar que es la colcha que se pone el paisaje para arroparse de la nieve. Un mar que es una red/trampa para atrapar a peces que les gusta el arte y engañados se balancean en la cuerda floja de la marea en alza. En lo alto, una nube esponjosa sueña con ser un águila y es sólo un globo que se le escapó a un niño. Las flores del jardín comienzan a envejecer y alguien canta a lo lejos. Llega la noche y la casa se queda a oscuras.