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A las dos de la noche se escuchaba la oscuridad de la lluvia abandonando las trincheras, al amanecer, una piel gris venía desde Manhattan y resbalaba en los tejados de pizarra del edificio de ladrillos rojos, al mediodía, una luz como escapada de una de las manzanas de un bodegón de Zurbarán, maduraba en el cristal de la ventana y entraba sigilosa, como un gato en busca de su presa, haciendo un apunte del bodegón del fregadero: arañó con sus uñas afiladas la tabla de cortar, plateó y curvó el grifo, dando volumen al recipiente donde la espuma del detergente reposaba. Una vez que nos dejó claro que había cumplido con su misión añadiendo a este primer día de febrero unos minutos de luz, retrocedió y dejó que el atardecer emborronase el bodegón. Mañana será otro día.
Qué maravilla!
Muchas gracias querida. Un beso