Cuadernos de Humo

La casa con una sombra dentro


 

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Crónica de un vCrónica de un viaje anunciado en tiempos de Bushiaje anunciado en tiempos de Bush

No digo
que mi cuñado sea muy raro, pero algo sí que es. Fíjate que no fuma y a los que
tienen el vicio les manda a la terraza o a la calle a hacerlo. Tenías que ver
como desayuna, como si no hubiera comido en una semana; que si huevos revueltos
con lo que llaman “beicon”, que si tostadas con mantequilla y mermelada, que si
patatas fritas… Y encima eso que él dice que es café, que mi suegra cuando
estuvo aquí volvió diciendo que era agua de lavarse los pies y yo pensaba que
exageraba, pero qué razón tenía. Luego para el almuerzo se come un
bocadillo delgaducho y poca cosa. Y cena, lo creas o no, a las seis de la
tarde. ¡Y con café con leche! Y qué quieres que te diga del idioma. Pues que no
nos entienden y eso a mí me da mucha rabia porque como el castellano no hay
nada en el mundo, que hasta el rey, aunque mal, lo habla. Y luego cuando
has oído una palabra en inglés y la dices no te entienden. Fíjate que se
dice “zenkiu” y se escribe Thank you o “guelcom”, y se escribe Welcome.  Ya te digo que es de locos. Y lo de la
bandera no tiene nombre, créeme. Yo que soy de Asturias, ya sabes:
“Asturias es España y lo demás es tierra conquistada” y aunque me
gusta la bandera española, nunca la pondría en mi casa o en la oficina o la
llevaría de sujetador o de bragas, pero aquí, hay banderas hasta es la sopa.
Las he visto ondeando en museos, iglesias, clubes, casas particulares,
prostíbulos, en barcos, metros, autobuses, patinetes, caballos, tatuadas en
brazos, pechos, espaldas, piernas y otros sitios que no te digo. Mi marido dice
que siente envidia y que cuando llegue a Madrid va a poner una bandera española
para que vean lo que vale un mástil y que si le tachan de franquista como si le
tachan de monárquico. Y encima leo que nuestro alcalde va a quitar la de Colón.
Lo que faltaba.  En casa de mi cuñado,
que la tiene llena de libros, cuadros, cajas de madera, óperas y botijos
rústicos, hay una televisión pero siempre está apagada, como una muerta, que yo
creo que la tiene de adorno y que por dentro está vacía. Y ya te digo que no es
que sea raro, pero algo sí que es. Imagínate que llama a los negros “gente de
color” o “americanos africanos” y jamás dice expresiones como “estás en la
lista negra” o “es una merienda de negros” porque las considera políticamente
incorrectas y ofensivas. Por eso te digo que le veo un poco anómalo, porque
digo yo: ¿qué malo hay en llamar al pan, pan y al vino, vino? Y hablando
de pan, yo prefiero tomarme un bocadillo de jamón en El mesón del jamón con un buen tinto que no estos “sangüiches” que
son finústicos y engañabobos. Aunque ahora tengo que decirte que han
descubierto el concepto de cafés europeos, donde puedes estar todo el tiempo
que quieras sin que te atosiguen, que se llaman Starbucks y es una peste porque los hay por todas las esquinas. Y,
eso sí, hacen café como en Madrid que parece que estás en la misma Gran Vía. Y
todo es a lo grande: edificios que se te queda el cuello retorcido de tanto
mirar hacia arriba, calles enormes, el metro interminable y muchas personas
grandes y gordas, como ballenas o elefantes. Y qué quieres que te diga del frío
que hace dentro de las tiendas, cafés, metros o incluso en los museos. Un frío
que se te mete en la espina dorsal y te deja tiesa. Luego sales al calor y
estornudas y agarras un constipado de tres pares de narices. Pero es lo que
llaman civilización o lo que sea. Total: que sí, que lo pasamos bien, y
aprendimos mucho, que viajando ya se sabe. Además mi hija se lo pasa muy
bien, que tenías que haberla visto en las Cataratas del Niágara como abría los
ojos de asombro o en la Casa Blanca que al ver a un albañil que estaba
arreglando el tejado de la democrática (aunque republicana) mansión (ya verás
las fotos) preguntó si era el Sr. Bush.
El otro día, se me olvidaba decírtelo, fuimos a Chinatown que no se
dice Chinatown sino “Chainataun” (que mi cuñado se apresuraba a corregirme cada
vez que lo decía en cristiano). Pues eso “Chainataun” es como El rastro pero
todos los vendedores en chino. Es como la salida de un partido de fútbol entre
el Real Madrid y el Barcelona pero con la diferencia de que aquí venden
relojes, fulares, camisetas, tenis, botella de agua fría, colonias, kimonos y
cuencos made in Chaina y si te descuidas (en esto se parece al partido de
fútbol) te roban hasta las bragas, así que mi cuñado (que según dijo no usa
calzoncillos) nos aconsejó varias veces que lleváramos el dinero en sitio
seguro. Ya te imaginas donde me lo puse. (Me pregunto donde llevara él el dinero).
He comprado una docena de Rolex, Hubblot, Patthe Philipe o como se llamen y
veinte camisetas o “tisers” como las llaman aquí, todo más falso que Zapatero.
Ni que decir tiene que estaba lleno de catalanes, franceses de medio pelo y
gordas de Ohio que compraban los últimos modelos de bolsos de Gucci o Louis
Vuiton. A quien no vi fue a la mujer de Pujol. Ayer
fuimos a Coney Island. Antes de ir mi cuñado, ya te digo que es muy resabido y
a veces abruma con tanta información, nos dijo que “vamos a ver un mundo de
decadencia, donde el recuerdo de una época gloriosa todavía puede apreciarse
entre las ruinas de los bárbaros que han conquistado el esplendor”. Si te digo
la verdad yo no vi nada de eso, a mí me encantaron unos perritos calientes que
estaban sabrosos y que nos comimos en un sitio muy famoso que se llama Nathans,
con unas patatas fritas con cáscara y todo. Y claro un cubo de Coca-cola. Pero
a bárbaros, lo que se dice bárbaros, no vimos ninguno. Y decadencia tampoco,
solamente una banda de gaviotas que si te descuidas te sacan los ojos.
También hemos estado en el Met, que es como llaman al Metropolitan
Museum, aquí todo son abreviaturas o siglas y, te digo sin pasión, que lo que
más me ha gustado ha sido la Vista
de Toledo
del Greco y lo que yo creo que es la joya del museo: El Juan de Pareja de Velázquez ¡hija qué
maravilla de cuadro! Y, eso sí, mucho siglo XIX y XX que sí está bien, pero
vamos que no es nuestro siglo de oro. Y luego lo del apagón que mi cuñado dice
que hemos asistido a un momento histórico “donde hemos podido apreciar la
impotencia y la vulnerabilidad de un imperio” y otras cosas por el estilo. A
nosotros nos pilló en el zoológico del Bronx que está a mil leguas de la casa
de mi cuñado y las pasamos canutas. Al salir del zoo vimos que se había armado
la gorda, pero no sabíamos que tipo de gorda. O lo que es lo mismo qué tragedia
habría pasado esta vez. La gente parecía asustada y andaba más deprisa de lo
normal, que aquí parece que están siempre llegando tarde a donde van, los
policías estaban serios y gesticulaban las manos como las aspas del molino de
Don Quijote, los autobuses iban de bote en bote, el metro dejó de funcionar y
nosotros sin un poco de inglés que llevarnos a la boca, en el quinto pino
y encima con la niña. Llegamos a casa de mí cuñado después de casi seis horas
de autobuses, preguntas, taxis, un poco de temor, mucho cansancio y
caminatas. Sí, no te digo que no fuera una experiencia inolvidable pero qué
quieres que te diga, yo cuando caminaba a oscuras por Manhattan me acordaba de
mi Madrid iluminado y sentía cosita de estar metida en estos oscuros
berenjenales. Luego, eso sí, la gente se portó muy bien y no robó ni se amotinó
ni mató ni violó ni nada de eso y hubo grupos que se reunieron en Times Square
para pasar la noche en plan fin de año. Mi cuñado está alucinado de que ninguno
de sus amigos no le hayan mandado un correo electrónico  o se hayan interesado por el apagón y deduce
que no se han percatado de la gravedad del asunto. El se pasó todo el día
haciendo fotos y escribiendo, que es en lo que gasta el tiempo. “Esto es
historia”, repetía como un poseído, y arrimaba el cuaderno a la luz de la vela.
Ahora ya hay luz y nos vamos a coger el helicóptero que te enseña Nueva York
desde las alturas. A mí cuñado le parece una temeridad y lo considera
“suburbano y vulgar”, lo que le pasa es que es un miedoso que por no
montar no monta ni en bicicleta y así le va al pobre que tiene unas patitas de
cucaracha que no veas. Sí, es verdad que el viaje dura cinco minutos y vale un
riñón, pero, hija, un día es un día y luego ya sabes lo bien que queda contar
que hemos volado en un helicóptero con sólo seis personas. Tengo que acabar que
mi cuñado quiere usar el ordenador, o como él dice, la computadora, que se pasa
todo el día enganchado en este trasto. Espero que te llegue este correo electrónico
que te mando a la oficina porque no me traje las señas del de tu casa. Ya te
contaré más cosas en el “break” (que así es como llaman aquí al café de las
10:30).
Mañana iremos a un “crucero” que nos llevará hasta la estatua de
la Libertad. Ni que decir tiene que mi cuñado el Espasa nos ha leído la
cartilla. Al final nos ha recitado los versos que están en el pedestal de la
estatua que son de una poeta que se llamaba algo así como Emma Lazarus y que
son “una metáfora político social y también lírica de una nación y de una
sociedad que comenzaba a imponer sus criterios”. Yo, hasta ahora, lo que sabía
de la estatua de la Libertad es que era otra mujer y creo que francesa.
Pero con mi cuñado una nunca sabe. Se atreve a ser un travestido. No mi cuñado,
sino la estatua, quiero decir. Visitamos Macys, la tienda más grande del mundo
y una que se llama Bloomingdale’s que según el listorro de mi cuñado es la
tienda a la que van el rey y la reina cuando visitan Nueva York. Yo, que
quieres que te diga, la vi un poco de capa caída.  Ahora entiendo cómo a veces la reina viste
como si comprara la ropa en el Rastro. En Macy´s nos compramos la niña y yo
alguna ropita. Para mí: una falda, tres blusas, dos trajes de chaquetas y un
bolso, para la niña dos pantalones de Hillfiger, una blusa de Ralp Lauren, un
par de tenis de Saucony y tres jerséis de lana inglesa. Felipe se compró una
corbata que estaba de rebajas. Hemos hecho cerca de mil fotos, así que ya os
invitaremos a una velada fotográfica.  A
pesar de todo me he enamorado de Nueva York que es una ciudad que engancha, que
te electrifica, que aún en la total oscuridad brilla. Una ciudad milagrosa a la
que se vuelve siempre porque nunca se deja del todo.

11 thoughts on “La casa con una sombra dentro”

  1. JOSÉ LUIS MORANTE

    Qué bien suena esa crónica en primera persona, con pertrechos femeninos y topicazos confirmados… Donde esté la fabada que se quiten los sucedáneos… En fin, cuántas impresiones de viaje he ido aderezando de la misma manera, con esa retahila de ponerme en la altura moral de quien, dónde va a parar, vive en el mejor de los mundos posibles; en plena sierra, con vacas de leche y calostros recientes… Así que entiendo que se mire al cuñado intelectual con la desconfianza de quien prefiere un libro a un programa de tele 5… Estupendo relato, Hilario, para poner una bandera desplegada en el travesaño de cualquier paisano. Pues eso, "pa qué vas a ir a Italia si "toas" las casas están rotas. Un abrazo grandote.

    1. Por hache o por be

      Muchas gracias. José Luis. A ver sí os animáis y el próximo viaje sea aquí. Pometo no escribir nada… 🙂 Un abrazo cordial.

  2. Mercedes Dueñas

    Genial! Mis felicitaciones a todos los protagonistas por la experiencia y a ti por contarla con ese arte que te caracteriza. Eres genial en todo lo que escribes.
    Un lujo y un placer leerte, hoy hasta las lagrimas de risa.
    Gracias.
    Un beso.

    1. Por hache o por be

      Mercedes, muchas gracias por tu generoso comentario. Es un gozo tener lectores como tú que aprecian lo que uno escribe. Me gustan tus entradas en tu blog. Un beso

    2. Mercedes Dueñas

      Querido Hilario, solo soy una junta letras. No da para más la cosa!!
      Infinitas gracias por tu paso.
      Un beso.

  3. Con gozo vuelvo a releer esta divertida crónica del viaje a New York de esta simpática turista. Qué gracia tienes para contar las cosas, amigo Hilario. Y tiene razón ella, eso de cenar tan temprano es costumbre anglosajona. Como bien sabes recorrí mundos en mi época laboral, uno de ellos Sudafrica, y también teníamos ese horario: café o lo que fuera aquel mejunje a las seis de la mañana. A las diez, el té con dulce; a las doce una comida incomible, que si no fuese por los bocadillos de patatas fritas que nos hacía la mujer de un ovetense hubiéramos pasado más hambre que los pavos del Nicolás, que se comían las cerraduras de las puertas creyendo que eran lombrices, y los mas pequeños morían piando porque no alcanzaban. Luego, a las tres, el té, y a las seis la cena. Te admiro y felicito por tu capacidad creadora. Un abrazo

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