Miércoles, 28.- El
señor Ignacio, el huésped de la señora Elvira, era rondín de la Fábrica de
Armas y trabajaba de noche. Yo no sabía muy bien lo que era eso de ser rondín.
El señor Ignacio que fumaba mucho era alto, delgado, muy serio y poco hablador
y aunque tenía hijos casados que venían a verle de vez en cuando, él prefería
vivir separado de ellos. A veces el rondín le daba voces a la señora Elvira o
nos gritaba a nosotros porque hacíamos ruido por la tarde, que era cuando él
dormía. Oficialmente lo hacía en el comedor, en una cama turca, que fue la
primera que yo vi en mi vida y que ni me pareció turca ni cama. La alcoba de la
señora Elvira estaba separada y había que salir al patio para llegar a ella.
Ahora que ha pasado el tiempo entiendo el porqué a veces veía al señor Ignacio
saliendo de la alcoba de su ama con el uniforme en el brazo camino del comedor.
Ángeles, la sobrina de la señora Elvira, antes de que la recogieran en las
Adoratrices y después de haberse acostado con muchas promociones de cadetes de
la Academia y con muchos toledanos, a veces, entre polvo y polvo, venía a
visitar a su tía y subía a saludar a mi madre. Aunque mi madre la temía y nos echaba del comedor, para mí su
visita era un espectáculo único porque la sobrina no era una mujer de las que
solían ir a mi casa de visita. Las visitas eran, normalmente, más aburridas:
las hermanas del Obispo, Purita y Magda, las hijas de Don Saturnino, Trini, casada
con un maestro católico y apostólico, la señora de Don Dimas, el
otorrinolaringólogo que operó de amígdalas a casi todos los niños de Toledo, el
capitán de la Policía Armada, el padre Guardián de los franciscanos…. Ángeles
era todo lo contrario, era como una actriz, hablaba con voz ronca, iba
maquillada con violencia, como una caricatura, ropas chillonas, fumaba y,
paradójicamente, al haber sido hija única y educada, hablaba muy bien, era
educada cuando quería y hasta tenía buenos modales. Mi madre intentaba
aconsejarle, pero ella negaba su ramalazo puteril. “Doña Carmen, esas son
habladurías de la gente, créame, tengo amigos, sí, pero eso no es malo… Mala es
mi tía Elvira, porque a mi no me engaña, es una adúltera, mi tía se acuesta con
ese hombre tan vulgar, un rondín sin educación ni estilo… Por cierto, Doña
Carmen, ¿podría ofrecerme una copita de anís?” Cuando se iba siempre le pedía
algo de dinero “para comprarme unas medias…” El señor Ignacio se murió el día
de los Reyes Magos. Recuerdo que estábamos tan alegres con los juguetes y que
subió la señora Elvira llorando: “Que se me muere mi Ignacio, don Hilario, que
se me muere mi Ignacio…” Aunque el tal Ignacio “vivía en estado de adulterio y
menospreciaba la religión” y no era rondín de la devoción de mis padres, mi
padre llamó por teléfono enseguida a Don Ángel, el párroco de Santo Tomé para
que viniera a darle la extremaunción. A Don Ángel, que era gordo y le costaba
andar cuando llegó jadeante y sofocado ya el rondín había pasado a mejor vida.
señor Ignacio, el huésped de la señora Elvira, era rondín de la Fábrica de
Armas y trabajaba de noche. Yo no sabía muy bien lo que era eso de ser rondín.
El señor Ignacio que fumaba mucho era alto, delgado, muy serio y poco hablador
y aunque tenía hijos casados que venían a verle de vez en cuando, él prefería
vivir separado de ellos. A veces el rondín le daba voces a la señora Elvira o
nos gritaba a nosotros porque hacíamos ruido por la tarde, que era cuando él
dormía. Oficialmente lo hacía en el comedor, en una cama turca, que fue la
primera que yo vi en mi vida y que ni me pareció turca ni cama. La alcoba de la
señora Elvira estaba separada y había que salir al patio para llegar a ella.
Ahora que ha pasado el tiempo entiendo el porqué a veces veía al señor Ignacio
saliendo de la alcoba de su ama con el uniforme en el brazo camino del comedor.
Ángeles, la sobrina de la señora Elvira, antes de que la recogieran en las
Adoratrices y después de haberse acostado con muchas promociones de cadetes de
la Academia y con muchos toledanos, a veces, entre polvo y polvo, venía a
visitar a su tía y subía a saludar a mi madre. Aunque mi madre la temía y nos echaba del comedor, para mí su
visita era un espectáculo único porque la sobrina no era una mujer de las que
solían ir a mi casa de visita. Las visitas eran, normalmente, más aburridas:
las hermanas del Obispo, Purita y Magda, las hijas de Don Saturnino, Trini, casada
con un maestro católico y apostólico, la señora de Don Dimas, el
otorrinolaringólogo que operó de amígdalas a casi todos los niños de Toledo, el
capitán de la Policía Armada, el padre Guardián de los franciscanos…. Ángeles
era todo lo contrario, era como una actriz, hablaba con voz ronca, iba
maquillada con violencia, como una caricatura, ropas chillonas, fumaba y,
paradójicamente, al haber sido hija única y educada, hablaba muy bien, era
educada cuando quería y hasta tenía buenos modales. Mi madre intentaba
aconsejarle, pero ella negaba su ramalazo puteril. “Doña Carmen, esas son
habladurías de la gente, créame, tengo amigos, sí, pero eso no es malo… Mala es
mi tía Elvira, porque a mi no me engaña, es una adúltera, mi tía se acuesta con
ese hombre tan vulgar, un rondín sin educación ni estilo… Por cierto, Doña
Carmen, ¿podría ofrecerme una copita de anís?” Cuando se iba siempre le pedía
algo de dinero “para comprarme unas medias…” El señor Ignacio se murió el día
de los Reyes Magos. Recuerdo que estábamos tan alegres con los juguetes y que
subió la señora Elvira llorando: “Que se me muere mi Ignacio, don Hilario, que
se me muere mi Ignacio…” Aunque el tal Ignacio “vivía en estado de adulterio y
menospreciaba la religión” y no era rondín de la devoción de mis padres, mi
padre llamó por teléfono enseguida a Don Ángel, el párroco de Santo Tomé para
que viniera a darle la extremaunción. A Don Ángel, que era gordo y le costaba
andar cuando llegó jadeante y sofocado ya el rondín había pasado a mejor vida.
Algunas de las personas que citas que iban de visita a tu casa, también las he conocido. A Purita creo que no la conocí, pero a Magda sí. Era única hablando, no dejaba meter baza a nadie.