Cuadernos de Humo

Saber que estamos vivos

Susana Benet sabe muy bien que el poema es el más temible “objeto” literario. Sabe que la poesía “es metafísica instantánea y debe dar, en un breve poema, una visión del universo y el secreto de un alma, un ser y cosas, todo al mismo tiempo”. Al leer la poesía de Benet vemos que la definición del filósofo francés, Gaston Bachelard, se ajusta a la medida exacta. Es la poeta la reina de lo breve, en cada poema, en cada haiku, nos ofrece un universo, lo clandestino que guardamos en el alma, el sentimiento, la vida que nos rodea.

En Falsa primavera, editado en Libros Canto y Cuento, vuelve a sorprendernos la habilidad que Benet tiene para usar la palabra justa, el verso exacto, el adjetivo preciso y crear un poema que, en apariencia puede parecer un leve pie de página, pero que es, en su brevedad y precisión, una filigrana, un golpe de metafísica instantánea.

La poesía de Benet nos exige entrega, atención, hay que saborearla despacio y con la mirada atenta. Hay que acariciar sus palabras, su música, su ritmo, su mundo metafórico, sus imágenes, sus reflexiones, su aparente minimalismo, su magia, eso que no se puede explicar. Es decir: poesía verdadera, honda y trabajada. Poesía temida y respetada: un milagro y un misterio.

Como en este poema que da título al libro, que, a primera vista, puede parecer engañoso: ¿puede una primavera ser falsa?
 
La falsa primavera
irrumpe en pleno invierno
en este primer día de febrero.
Hasta los pájaros
se sumergen felices en la luz
que gotea del cielo
y, agradecidos,
estremecen sus plumas
cuando mi mano,
al regar las macetas,
los rocía de agua.

No, las primaveras no son falsas. Son falsas las cosas fuera de su sitio, los que se adelantan. Y en este poema tan breve, en estado puro, descubrimos un universo. En los tres primeros versos encontramos a la primavera adjetivada. El poema la sitúa en una estación, nos da el tiempo: día y mes. Después de un punto y del tiempo real y atmosférico aparecen los pájaros felices sumergidos “en la luz que gotea del cielo”: una imagen en el cuerpo del poema que lo salva y lo eleva. Acaba el poema con la presencia de la poeta que da de beber a las plantas y a la vez bautiza a los pájaros. Todo dicho en espléndidos heptasílabos y endecasílabos y una equilibrada musicalidad.

En Falsa primavera alternan diez haikus con otros poemas en los que predominan la naturaleza, poemas “exteriores”, sin techo, abiertos, en los que se sienten el olor del gato y el perfume del joven jazminero, la melancolía de lo perdido, ese afán de rebuscar “en los cajones, / en profundos armarios, enterrada, / la más mínima evidencia que demuestre / que amé, que estuve viva.”

Imposible escribir de Benet y no ilustrar esta nota con un haiku o dos: son joyas que deslumbran, veneno que congela el sentimiento, navaja y plomo ardiendo, gozo y pesadumbre.
 
Motas de polvo.
Una brizna de luz
enciende el aire.
 
Nadie ha llamado
a mi puerta en dos días,
excepto el viento.

Susana Benet sabe de matices en el poema, de tinta china en el alma, de sombras en la soledad, de esa última luz que trae la noche y deja a la poeta desvelada.

Aquí está todo dicho, en “Humo” uno de mis poemas favoritos, dedicado a José Luis Parra, in memoriam:
 
No estás aquí, tan solo queda
una delgada sombra
al lado de la mesa, donde tú
antaño te sentabas.
 
Bajo la escasa luz te vuelvo a ver:
la espalda contra el muro,
la mirada perdida
en el hilo invisible de unos versos
que, en solemne silencio,
envuelto por el largo
humo del cigarrillo,
absorto, deshilabas.

En tiempos cuando el desprestigio a la poesía se afianza, aparecen voces que no“temen”al poema e ignoran el poder de vida y muerte que este puede tener; a esas voces discordantes uno recomendaría la lectura de Falsa primavera. Un libro que te hace crecer en tu interior “la rara flor / de la alegría, y te hace estar seguro de que alguna vez amamos y estamos vivos.

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