Cuadernos de Humo

Alforjas para el olvido

12-08-21.- Los miércoles, a las 13 horas de Brooklyn, con el estómago vacío, tengo una cita con una tertulia, vía Zoom, en Oviedo. Es una manera de sentir la presencia de España, de aprender y de compartir ideas, poemas e imágenes. Si alguien cree que en una tertulia literaria lo único que se hace es hablar mal de escritores (que también), está equivocado. Miren ustedes la “tarea” que para la última convocatoria hemos recibido de parte de José Luis García Martín: “Este miércoles vamos a comenzar hablando de la vida literaria, eso que todos los escritores dicen detestar. ¿Qué debe entenderse por vida literaria? ¿Las presentaciones, las tertulias, los congresos de escritores, los grupos, los manifiestos, las ferias del libro, los premios? ¿Ayuda o no ayuda al escritor la relación con otros escritores? Hablaremos de estas cosas tomando como pretexto alguna fotografía que nos muestren los contertulios en las que aparezcan en un acto literario o en compañía de otros escritores”.

En esta ocasión, el tema es parte vital de los tertulianos: la vida literaria. No voy a detallar lo que cada uno de los tertulianos opinaron, algunos duchos en estas lides de presentaciones de libros, ferias e incluso premios. A mí me interesó la parte en la que se nos invitaba a mostrar imágenes en las que apareciéramos en algún acto literario en compañía de otros escritores. Aunque uno ha pasado más de media vida lejos de su patria y ha tenido pocos contactos con colegas, conserva, sobre todo, alguna que otra imagen de cuando vivía en su ciudad y empezaba a jugar a ser poeta.

Aquí está la imagen que, no sin cierto recelo y melancolía, sometí a juicio de 13 tertulianos sin piedad. Cuando la vieron, como era de esperar, hubo comentarios variados, desde uno que dijo que era de la época medieval, hasta el que opinó que todos los poetas que aparecíamos en ella no habíamos pasado al canon, pasando por lo que representa como imagen de una época franquista, cerrada y “de provincias”.

A uno, además, le hubiera gustado decir que la imagen fue tomada, por el famoso fotógrafo Rodríguez, en el Teatro de Rojas, en un recital de Alforjas para la poesía con la presencia de las autoridades religiosas, civiles y militares y el “todo” Toledo. Que aparte de ser un documento social y de orden jerárquico: los sentados, los de a pie, los que estamos al borde del precipicio, los trajes, las corbatas y el lenguaje de los cuerpos, la fotografía es un aviso de lo cerca que está uno de que el tiempo, por fin, destiña la poca luz que le queda y apague el azogue de su amor. Todos los demás, excepto uno, ya son parte del olvido, Todos hombres: García Nieto, a pesar del Cervantes, y los garcilasistas, el moliendo y amolando de Federico Muelas, los premios de Carlos Murciano, la gracia de Manuel Alcántara, los vagos pensamientos de Juan Antonio Villacañas, los jóvenes Manuel Ríos Ruíz y Ángel López, el cronista toledado Clemente Palencia, todos felices, poetas de unas falsas alforjas, andariegos por provincias con sede en el Teatro Lara a las órdenes del empresario-mecenas Conrado Blanco. (La prensa en el año 1949 informaba sobre una de las funciones de Alforjas en el Teatro Lara teniendo como pregonero al crítico Alfredo Marquerie y de nombres que ahora casi no suenan: Julia Maura, García Nieto, Ginés de Albareda, Maruchi Fresno, Luca de Tena, Fernández Ardavín, Josita Hernán y Felipe Sassone).

A uno le hubiera gustado decir que el joven con barba que aparece de pie a la izquierda, que no recuerda qué poema recitó, pero que sí recuerda los bravos de sus amigos que estaban en gallinero, sabe que también será olvido, como todos los de la fotografía, que no pasará al canon y que su recuerdo será flor de un día. Alguien, tal vez, que sienta que el ademán de su mirada y de su deseo es espeso y duele, abra un libro, lea un poema y le recuerde:
 
Veo al niño en el balcón sentado
una tarde de julio, descubriendo
en el atardecer de las palomas
la gloria del verano, su ademán
señalado con un perfume denso
que ha de marcar su vida a cada instante
con un olor secreto que le ahoga
haciéndole distinto a sus hermanos.
Por primera vez en los ojos del niño
florece una navaja que le ciega
el prohibido pronombre del deseo.

Eso sí, uno está seguro de que, al fin, su ceniza se mezclará para siempre con otra ceniza. Una imagen que nunca se pondrá amarilla.

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