No es fácil ser un museo de barrio en Brooklyn. No importa que tenga una de las colecciones más destacadas de arte egipcio o un valioso fondo de pintura. Los viejos se mueren o se mudan a Florida y hay que atraer a los jóvenes. Así pues montan exposiciones que lo que menos tienen son obras de arte. Desde una exhibición de sneakers a parafernalia de un cantante, pasando por modelos de modistos.
Ahora le toca al oro. A uno el oro le parece un metal como otro cualquiera que tiene, eso sí, una larga historia de poder y muerte, de amor y odio, de desolación y avaricia.
Lo único que vale la pena es un poema de Frost que nosotros tradujimos en “Lengua de madera”. Nada dorado perdura.