Cuadernos de Humo

SIETE TRAMPAS PARA NO DECIR SU NOMBRE

Madre estéril de mil rostros, ciega que castra con sus uñas de acero,

eres la que apareces en los libros sagrados y en los endemoniados, en “la vida de mi muerte” de Lope.

Vieja y recién nacida, abuela de doble sombra envenenada,

te conoce el de Hita, que en su planto llora por “mi vieja” la Trotaconventos.

Zorra furtiva, falsa dama de brocados de escarcha, estrella de carbón,

sabe de ti Quevedo, Dylan Thomas y hasta Pablo Neruda. No dejas que HB viva su muerte,

Relámpago que ciega con ceniza oxidada la última mirada,

enciendes la cocina a Silvya Plath, iluminas el lecho a Villaurrutia y dejas a Pavese que te mires a los ojos.

Celestina de barrio, remiendo en el sostén de la teta engañosa, azabache tu leche,

vives entre la muerte de la Dickinson y en el desenmordazarte del hortelano.

Lobo boca de loba, artesana del llanto, licenciada en azufre, cruel inquisidora,

y, cómo no, “partimos cuando nacemos, / andamos mientras vivimos, / y llegamos / al tiempo que fenecemos, / así que cuando morimos / descansamos”.

Reina de las tinieblas, amparo del suicida, drogadicta de sombras,

y sobre todo estás en el soneto LXXI del inglés “no llores por mí cuando muera…”.

 

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