Cuadernos de Humo

La gruta y la luz


                           LA ANGUSTIA DE
ELEGIR EN LA ESCRITURA.
   
The poem of the mind in the act of
finding
    What
will suffice. 
             “Of Modern Poetry”, Wallace Stevens
          En la poesía de Francisco Ruiz
Noguera se encuentra siempre lo que es preciso. Lo necesario.  De entrada: en La gruta y la luz hay una fuerza en la que predomina el
equilibrio, una sensación de fría estética y un latido de fuego helado.
 El libro, XVI Premio de Poesía Generación del
27, está organizado en cuatro “actos”: Interiores,
La mirada del paseante
, (se advierte el recuerdo y homenaje a Cernuda y Ocnos), Celebraciones (la mayoría de los
poemas son “exteriores”) y Nuevo límite
que incluye un solo poema ¿dedicado? a W. Al final del libro hay una justificación
o asidero que es toda una poética
pictórica-plástica que va, entre otros, desde Kemp a Lynch, de Velázquez a Goya
pasando por Basquiat, Bacon y Botero.
 El título del libro es una contradictio in terminis, un oxímoron, o tal vez una
paradoja, como pudiera parecer la poesía de FRN: sombra y luz, boca de lobo y
lengua de cordero, hondura y altura, Aristóteles y Góngora, un claro misterio
que nos oscurece. Una cita de Góngora que ayuda a entrar en la gruta: “A
batalla de amor campos de pluma” –que repite en Campo de plumas (1984) y en Otros
exilios
(2010) en donde hay una sección que da título al libro con ocho
poemas neoyorquinos con los que uno se ha sentido identificado ya que vive “en
cierto modo de estos exilios”.
          De
la poesía de FRN uno destacaría la coherencia en la línea argumental, una estética
de altos vuelos, la celebración de la hermosura, la mirada penetrante, a veces
como un afilado bisturí un poco oxidado y a veces chorreando luz, mirada
observadora, retina de imagen fotográfica, acabado con pincelada hiperrealista.
 Uno admira la disposición de los nobles
elementos poéticos, la calidad de los materiales que el poeta emplea para construir
el alto edificio del poema: en el comienzo, un deslumbramiento racional, en el
cuerpo del poema una oscuridad emocional y en la conclusión un final glorioso
y, a veces, inquietante e inquisitivo.
          Se podría asociar a FNR con un poeta
“puro”, un poco torre de marfil, coto cerrado, campo de plumas, poeta profesor dentro
de una gruta, y razonar la asociación con algunos poemas  de este libro de corte culturalista y
minoritario, solo para lectores iniciados. Pero se equivoca uno. La mayoría
tiene también una lectura cercana y “popular” que es lo que hace que este libro
tenga varias lecturas.  Veamos, por
ejemplo, “Carnavalia” o “Lindsay Kemp levita sobre la escena del Cervantes”. “Carnavalia”
es la crónica, en apariencia, de una carroza en un carnaval, “el color de la
fiesta, que recuerda / las luces de los cuadros de Matisse”, pero es también un
poema subversivo en el que se invierten los valores: de un léxico doméstico y
femenino (bobinas, dedal, metro, tules y puntadas) se pasa a la cita de scott
mckenzie (en minúsculas) “If you´re going to San Francisco / be sure to wear some
flowers in your hair” y a una celebración del triunfo de Dionisio. Las
referencias culturales en el poema de Lindsay Kemp (Genet, Wilde, el esplendor
de Flowers, Salome, The Fairy Queen, el horror vacui y la pasión y muerte de Madame Butterfly), las preguntas, el tono, los gestos y la confusión
de colores hacen de este poema no solo el preferido del que esto escribe sino
uno de los poemas más inteligentes y transgresores de la poesía española.
            El poeta “mira” la vida que le rodea y se
encuentra con escenas cotidianas, casi vulgares y las transforma, ofreciéndonos
una posible galería  imaginaria de arte
urbano. Nos encontramos en este apartado con una  poesía de ciudad, poesía de flaneur, (que nos recuerda a Mariá
Manent). Poesía donde la belleza es acción, donde el mar ocupa el sitio exacto,
donde la luz cegadora –“estilete de plata”— ilumina la gruta.
           “Noche
de San Juan” es otro de los poemas a destacar en el libro. La belleza vieja, la
madura y la joven, tres etapas estéticas en la vida de un hombre, encuentran su
lugar en la noche en tres mundos perfectamente conectados y alejados entre sí. En
primer término aparece la noche conexa con el viejo que avanza muy despacio
hacia la espuma (y que a uno le lleva al poema “En la plaza” de Aleixandre, al
que FRN dedica un poema en el xxv aniversario de su muerte), en segundo plano,
entre uno y otros, la luz de la luna deja ver al poeta que vuelve a la playa, después
de presenciar la escena del anciano, no sabe si gozoso o amargo y al final unos
jóvenes (“luna y bronce en la piel”) que saltan por encima del fuego y no se
queman: vejez, poesía, juventud.
 Wallace Stevens, un poeta querido de FRN,
dice: “el poema de la mente en el acto de encontrar lo que se necesita”. La gruta y la luz es un libro herméticamente
abierto, claramente oscuro, doblemente valioso por lo que dice y por lo que
calla.  Un libro en donde entramos en la
boca de lobo de la gruta y salimos vestidos de hermosura.
     
NOCHE DE SAN JUAN
Es música y es grito
esta noche de junio en las hogueras.
 Son ya casi las doce y un
anciano
Avanza muy despacio hacia la espuma.
Entre espaldas que brillan
a la luz de la luna y de las llamas,
llega al borde.
Solo moja sus pies y retrocede.
Mira a su alrededor
y, pudorosamente,
envía con la punta de sus dedos
un beso hacia las sombras de lo alto.
Después  –ya en retirada–,
avanza por la arena,
llega al aparcamiento, coge el coche
y se pierde en el trafico nocturno.
Yo me vuelvo a la playa
con una sensación
no sé si es de gozo o amargura.
Unos jóvenes saltan, sin descanso
–luna y bronce en la piel–,
por encima del fuego.
           

                                           

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